SI el mes de mayo es un clavel reventón en la solapa de Marcelino Ferrero, el de julio es el sonido de una guitarra a la vuelta de cualquier esquina. El festival internacional que cumple sus bodas de plata es un clásico para los cordobeses, aunque falta aún que lo sea también para quien vive en otros puntos, porque uno de los puntos débiles de esta cita musical es, precisamente, su difusión. Aunque lo que tenga más relumbrón de este festival sea, con toda lógica, la programación de sus conciertos y recitales, no hay que olvidar el otro pilar que es el de los cursos formativos. Los centenares de alumnos que durante estos años han pasado, guitarra al hombro, por nuestra ciudad son los mejores embajadores no sólo de los encantos de esta tierra-si es que los encontraron-, sino de una convocatoria que convierte a esta ciudad durante un puñado de días en la capital del mundo de este instrumento tan nuestro.