En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Condenado a buscar amistad

érase una vez un niño cuya inocencia, bendita inocencia, le continuó acompañando hasta ya entrada la adolescencia, una inocencia mezclada con un alto nivel de infantilidad. A los años que cumplía no le acompañaba el grado de madurez que debía tener un menor de su edad. Por eso, los que él consideraba sus amigos iban desapareciendo poco a poco de su vida. El niño ni siquiera tenía la sensación de esos continuos abandonos, los llegaba a vivir con una mezcla de frustración y normalidad, porque jamás ninguno de esos a los que consideraba sus amigos le duraba como compañero de andanzas, aventuras y juegos más de un curso escolar.

Aunque, como es lógico, le dolía la situación, ya estaba acostumbrado a sufrir esa condena de volver a empezar en lo que a conocer nuevos colegas con los que relacionarse se refiere. Y lo que es peor, tenía que soportar cómo algunos de sus compañeros de clase -incluyendo algunos de esos que en un momento determinado creyó sus amigos- le castigaban a base de bullying. Por desgracia, desde que el mundo es mundo, siempre ha sido así y con ese calvario llamado bullying suelen despiadadamente sufrirlo los más débiles, los diferentes, porque esta sociedad que se cree muy moderna y se autodefine como avanzada, a veces, no suele perdonar desde la infancia eso de ser distinto y, como si fuera ley de vida, aquellos que se creen los gallos del corral en las aulas se ceban haciéndole la vida imposible a los más inocentes.

El ya adolescente se veía obligado por la situación a ir mendigando amistad, una mendicidad a la que respondía algún que otro chaval espabilado que veía en él una presa fácil de la que burlarse; incluso le llegaban a pedir que cuando bajara al parque para jugar se llevara los euros que pudiera coger del monedero de su madre para invitarlos a cromos de La Liga o a bolsas de chucherías. Él, tan inocente, era capaz de eso y de hacer muchísimas cosas más, todas las que les pidieran esos presuntos nuevos amigos con tal de recibir lo que buscaba, un gramo de amistad, porque estaba ya harto de la misma película, de bajarse al parque y que le rechazaran cuando intentaba formar parte de alguno de los equipos que habían conformado allí para jugar esa tarde al fútbol. Necesitaba dejar de sentirse rechazado, necesitaba ser aceptado, necesitaba que su vida empezara a ser una especie de cuento en el que vivir aventuras con amigos fieles y necesitaba dejar de ser presa de ese bullying constante. Lo malo es que este "érase una vez" no es un cuento, es realidad.

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