Tinta y borrones

Chiquito

Queremos a Chiquito como queremos a Nadal, porque parecen mucho más cercanos a nosotros

No seré yo quien vaya a contar ahora las virtudes de Chiquito de la Calzada. Eso ya lo han hecho mejor que bien muchos de mis compañeros en estas mismas páginas desde que el sábado nos despertamos con la triste noticia del fallecimiento del cómico. Ya se ha alabado su aportación al lenguaje con palabras inventadas que todos asumimos en nuestro vocabulario de manera natural, su éxito sin precedentes y a una edad poco habitual, su periplo por los tablaos flamencos que le llevó, ni más ni menos, que a Japón. De la trayectoria de Chiquito se ha dado buena cuenta en los últimos días y también de que nos unió a todos en torno a la risa y de que todo el mundo lo quería.

Y todo el mundo quería a este malagueño, además de por su gracia, porque era buena gente. Chiquito era de esas personas que es graciosa sin pretenderlo, entrañable y humilde; ni toda la fama y reconocimiento le apartó los pies de suelo. Chiquito siguió apegado a su tierra y a los suyos y nunca se olvidó de lo que realmente es importante. No lo urgente, lo importante. Queremos a Chiquito como queremos a Rafael Nadal, porque parecen mucho más cercanos a nosotros que otras grandes estrellas más preocupadas en aparentar.

Tengo claro que lo mejor que pueden decir de uno mismo -a poder ser, antes de que te mueras- es que eres buena persona. Da igual lo buen profesional que seas, el dinero que ganes, los viajes que hayas hecho, la ropa que tengas. Al final, lo que va a prevalecer siempre es si eres o no buena gente, la huella que dejas en los demás. Por eso nos gustaba de Chiquito su humildad más incluso que sus chistes y nos terminó de ganar a todos cuando confesó lo dura que era su vida desde que se fue Pepita, su mujer. Chiquito, Gregorio, quiso dejar de aparentar y, en esta sociedad que te obliga a ser feliz por encima de todas las cosas, él dijo que estaba triste.

No creo que, a estas alturas, pueda aprender algo de la gracia de Chiquito. Pero sí me voy a esforzar por mantener su modo de entender la vida. Con las risas, la familia y los amigos como prioridades. Porque ese será su principal legado para los que crecimos con él y para los que se nos ha escapado alguna lágrima con la noticia de su muerte. Chiquito, gracias pro enseñarnos tanto y por hacernos tanto reír.

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