Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Charlton Heston

EL mayor espectáculo del mundo fue ver a Moisés abrir el mar Rojo en las salas de barrio del franquismo: había un mar que era rojo y se podía ir a ver al cine, mientras un Charlton Heston de barbas milenarias, rizadas por el sol desértico de Ivonne De Carlo, menos sofisticada que la caricia egipcia y corrompida de Anne Baxter, elevaba sobre su cabeza el cayado de Dios, convertido ya en báculo cinematográfico, para partir las aguas y abrir su senda bíblica. Mucho había de bíblico en este actor que fue además Ben-Hur, en bondadoso Judá que ganó un Oscar cuando dio rienda suelta a su venganza en la cuadriga que mutiló a Stephen Boyd/Messala. Mucho había de bíblico, incluso de mesiánico en este actor que fue Búfalo Bill, quizá porque esta épica de los conquistadores se le quedaba pequeña. Fue señor de una plantación en Cuando ruge la marabunta y fue El señor de la guerra, su incursión medieval junto a la muy proteica El Cid, que sí se ajustó más a su perfil de líder de una regia potestad.

Charlton Heston impuso a Orson Welles en Sed de mal cuando su proyección magnífica de actor ganó poder. No se entendió con Ava en 55 días en Pekín, pero acabó reconociendo ese talento bruto, de bestia agazapada que desciende una escalera quizá como una reina en el exilio: tras una noche de juerga, Ava se perdió por los tablaos madrileños; empalmó con la mañana de rodaje, se bebió en su camerino tres copas de champán y remató su mejor escena en la película, y fue entonces cuando Charlton la apreció. Fue el Mayor Dundee, pero de nuevo la crónica norteamericana se le quedaba pequeña, a pesar de haber dado una paliza a Gregory Peck en Horizontes de grandeza, y volvió a sus papeles gregorianos como Juan El Bautista y Miguel Ángel. Fue el cardenal Richelieu más cansado y cínico, pero el actor ya estaba en otra cosa como el mundo ya estaba en otra cosa: la guerra fría, el miedo atómico, y fue entonces cuando llegó el ciclo futurista del actor en Cuando el destino nos alcance, El último hombre vivo y, muy especialmente, El planeta de los simios, con su grito final ante el desastre, con la Estatua de la Libertad comida por la herrumbre nuclear. Michael Moore se coló en su casa para ridiculizar a un anciano que defendió siempre su derecho constitucional a llevar armas, quizá su patinazo más dudoso, como presidente de la Asociación Nacional del Rifle, elevándolo por encima de la cabeza como hizo con la vara de Moisés; pero nadie recuerda cómo, en los 60, Charlton Heston lucho por la defensa de la igualdad de derechos civiles entre blancos y negros. Expiró en su Residencia de Beverly Hills, donde mueren los héroes.

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