En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Un Centenario 'mu' esperado

Islero rebosa trapío antes de traspasar los chiqueros de las fronteras del barrio cordobés de Santa Marina. El astado de color negro entrepelado y bragao que -aquel 28 de agosto de 1947, en la plaza de toros de Santa Margarita de Linares (Jaén)- corneó de muerte hasta hacer inmortal a Manuel Rodríguez Sánchez Manolete, se ha citado con el diestro en la gloria del coso de Santa Marina para saldar cuentas pendientes. Y se ha citado en un año en el que Córdoba va a empaparse de Manolete celebrando el centenario de su nacimiento con actividades casi a diario llamadas a revivir la leyenda del mito; e Islero es parte indisoluble de esa leyenda.

Destilando bravura, el morlaco espera a que llegue la hora -las cinco de la tarde- para dejar atrás los toriles que desembocan en el llamado barrio de los toreros. Lo esperan a porta gayola Rafael Molina Sánchez Lagartijo, Rafael Guerra Bejarano Guerrita y Rafael González Madrid Machaquito -primero, segundo y tercer califa del toreo cordobés-. Lo sorprenden con certeros capotazos que consiguen sacarlo a los medios a pesar de que el miura intenta llevarlos con querencia hasta la barrera fronteriza de la Avenida de las Ollerías. Previamente a su cita en el coso de Santa Marina, Islero ya buscó sin fortuna a Manolete en la calle Conde de Torres Cabrera, en cuyo número 2 nació el cuarto califa del toreo el 4 de julio de 1917; en las inmediaciones de la iglesia de San Miguel, donde fue bautizado; en la plaza de Capuchinos y el convento de San Jacinto -ya que el torero es muy devoto de la Virgen de los Dolores-; y en la iglesia conventual de San Cayetano -dado que el diestro fue hermano mayor de la Hermandad de los Toreros (la del Caído)-.

El morlaco consigue zafarse con casta de los tres califas hasta adentrarse en la plaza de La Lagunilla, a la que se trasladó Manolete con su familia con apenas cinco años. En esa parte del coso de Santa Marina, y tras sortear los intentos de banderillas de Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete padre, Islero se encuentra con el quinto califa, Manuel Benítez Pérez El Cordobés. El torero ye-ye lo vuelve loco muleta en mano con su típico salto de la rana sin que falte su mordida al pitón ante las atentas miradas impregnadas de misticismo tauromáquico de Bocanegra, Toreri, Lagartijo Chico y Pepete.

El astado acaba perdiéndose en los singulares patios que pueblan el barrio hasta aparecer en la plaza de los Condes de Priego, donde Manolete lo recibe impertérrito -cual estatua- con la vista fija en la iglesia de Santa Marina. Toro y torero se miran. La suerte está echada, se oye decir, mientras, desde ese monumento esculpido por Manuel Álvarez Laviada el cuarto califa indulta a Islero invitándolo a subir junto a él para compartir gloria y eternidad.

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