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Los hijos de aquellos que llegaron a dar dos diputados del 'Parlament' al PA en 1980 portan esteladas

Hace algo más de treinta años viví un año en Barcelona. Mi residencia estaba al pie del Tibidabo y trabajaba como médico en el cercano pueblo de San Juan Despí. Unos meses antes había estado en Figueras, la capital del Alto Ampurdán, y pude comprobar lo distintas que eran una y otra zona de Cataluña. Barcelona siempre fue una ciudad abierta y cosmopolita en la que se encontraban gentes de todas las nacionalidades y razas así como manifestaciones culturales abiertas a todos los gustos y formas de expresión. Sentí la sensación de vivir en la ciudad más europea de la península.

En la zona en que vivía, el Tibidabo, la Bonanova, la gran mayoría hablaba catalán y los letreros de comercios y señales informativas alternaban este idioma con el castellano. En San Juan Despí, al contrario, era raro oír hablar catalán. La gran mayoría eran andaluces, castellanos y manchegos que poco más sabían que decir adéu, noi y bona nit. Pasear por sus calles era sentir la sensación de que se estaba en Bellavista, San Jerónimo o Los Palacios. Lo mismo ocurría en Badalona, Hospitalet o Santa Coloma. Los bares eran del más puro estilo andaluz y en las máquinas pinchadiscos se escuchaba a los Hermanos Reyes, Los Romeros de la Puebla y chistes de Paco Gandía. Nada que ver con el ambiente del Ampurdán, una de las zonas para mí más queridas y bellas de lo que todavía podemos seguir llamando España. Aquí era raro oír hablar castellano, incluso los más viejos no sabían más que catalán, por lo que pedían perdón y daba la sensación de que se sentían por ello en condiciones de inferioridad.

Treinta años después todo ha cambiado. El Ampurdán se ha llenado de inmigrantes de raza negra y magrebíes, ver una bandera española o leer un rótulo en castellano es tarea imposible y en casi todos los balcones cuelga una bandera independentista. En Barcelona y sus alrededores más de lo mismo. Los hijos de aquellos que llegaron a dar dos diputados al Partido Andalucista en 1980 portan esteladas por muy Pérez o Sánchez que sea su apellido y ya no escuchan sevillanas. Es el fruto de treinta años de adoctrinamiento financiados por los gobiernos nacionales que miraban para otro lado, mientras los amiguetes llenaban sus bolsillos. Ésta es la diferencia: unos saben perfectamente a lo que juegan y cuáles son sus objetivos. Los otros no se enteran de que están a punto de bajar a segunda división.

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