Estimado señor aficionado cordobesista que duda: no lo haga. No piense que está todo perdido. No abjure. Está en todo su derecho a barruntar, a patalear, a blasfemar en arameo, a criticar, a berrear. A llorar.

Pero aguántese las ganas. Piense que no es un partido más. Que es un momento único. Que la conciencia de cordobesista (su conciencia para el fútbol) no le perdonará una traición en un momento como éste. Usted, que lleva muchos años padeciendo, que no ha visto más que alegrías menores para tanta fidelidad, es el club. No los que ahora se visten de corto. Ni los que dirigen con menor o mayor acierto lanave. Ni los que se pasean de vez en cuando para aparentar.

Usted, que ha aguantado insultos en campos despreciables, que ha planificado su agenda para que cuadren sus vacaciones con un partido de pretemporada, que tuvo como mejor sueño y anhelo ver a su hijo vestido con la blanquiverde, no puede faltar.

Usted, que fue capaz de levantarse con toda la dignidad de su asiento el 12 de junio de 2005 ante el Valladolid para aplaudir a unos jugadores rotos por el dolor, no debe pensar en otra cosa que no sea en comerse a cánticos a los aficionados contrarios hoy.

Usted, que tiene que hacer una partida cada año en su presupuesto familiar para pagarle su localidad a su pareja, a sus hijos, no puede desear que se acabe ya este sueño tan bonito.

Usted, que es simiente y mies, que es abono y pasta, que disfruta viendo las fotos de un campo aún deforme e imagina el momento en el que sea escenario de Primera, no puede dejar de darle lustre a su butaca con su presencia.

Porque usted es la última esperanza de este club que está maldito. Si usted hoy decide darle la espalda a su escudo estará dándole un poco la espalda a su pasado, a su vida, a su esencia, a su pasión y a su locura. A su cordura. Vaya hasta El Arcángel y entre y salga de El Arenal con toda su dignidad. Respétese. Se lo merece.