Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Camino a Soria

A un hombre le han tocado en Soria el primer y el tercer premio de la lotería de Navidad. Ahora, a pesar de haber salido en los noticiarios matutinos, imaginamos que a este hombre sólo le queda desaparecer, ir negando su rastro o quizá dejar pasar la crisis desde tierras infinitas. Toca la lotería en Soria, y a uno le parece que la vida puede definirse en ese instante, que hay demasiada poca gente que después desaparece. Después de la borrachera viene el miedo, y después del miedo la planificación: dónde resguardarse del dinero, y dónde guardar el dinero. Poder cambiar de nombre, de casa, hasta de rostro, poder abandonar esta existencia para lanzarse a otra más amable, una nueva vida que se instaura en la posibilidad de reinventarse, de decidir ser otro, es una salvación de lo improbable, una especie de doble alternativa que bate lo real, que casi lo desdobla ante el azar de una reescritura repentina de cualquier peripecia exhausta y personal. Es el guión no escrito de una vida, el que puede alterarse con un número, con una voluntad de sostenerlo y también de ocultarlo, de esconder ese premio para poder ser el dueño continuo del secreto, que puede desviarse con una decisión: negar la suerte.

Si uno, justo en ese momento, en vez de abalanzarse hacia la calle y gritar que le ha tocado la lotería, invitar a champán a todo el barrio y llamar a la esposa o a los padres, a los amigos o a quien sea, es capaz de frenarse unos segundos, es capaz de mirar la realidad quizá como un espejo de uno mismo para también, al tiempo, poder ser dibujante de uno mismo, quizá delineará una tira nueva de viñetas en las que el protagonista, lejos de anunciar su nueva suerte, decide mantenerla bien oculta, decide hasta fingir su mala suerte, decide hasta quejarse de un destino que siempre le ha negado esa fortuna. Así pasará el día, y hasta el día siguiente, pero la noche del 24 tardará en llegar a casa, y le llamarán al móvil para no encontrar respuesta, y hasta avisarán también entonces a los hospitales y a las comisarías, después de transcurridas varias horas, porque no se comprende tanta ausencia sin una explicación.

A lo mejor, lo que sucede, es que el hombre ha estado los últimos veinte años soñando con quitarse de encima el peso de una vida espesa y agria, y no ha tenido dinero hasta el momento para poder lanzar su calendario por la ventana estrecha de una huida. Así, con este doble premio en el bolsillo, podrá librarse al fin de su existencia, podrá cambiar de vida, podrá dejar atrás la voz cansada que siempre le castiga por teléfono o al guardar su cansancio entre las sábanas. El premio es escaparse.

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