Camarón, carajo, Camarón. José Monje, Camarón. Camarón de la Isla. Camarón. Los rizos rubiascos de España, la greña gitana de España, el pitillo mortuorio y humeante de España, el genio de España, con algo de sol y toro y sangre, sangre roja de España cuando era España si es que lo fue. Los tablaos, las peñas, los teatros, la España ochentera del Renault 7 y la muerte de Paquirri, de Isabel que llora y llora y del macho macho y del Guerra y Guerra. Y luego la muerte, un 2 de julio del 92, en la otra España que nacía, España de la Expo y de las Olimpiadas, España de esperanza y pandereta, del 3% y de la cocaína y los restaurantes y el Vega Sicilia, de lo bueno europeizante que llegó y de la picaresca busconiana que no hubo de llegar porque en realidad nunca se fue desde los tiempo del quevediano Don Pablos y del Lazarillo. Nada me llevaba a Camarón, nada había en mi casa de flamenco más allá de un culto respeto, pero José murió cuando yo cumplía años, 16 años cumplía. Volvía de la piscina, en un coche, y lo dijeron en la radio: "Ha muerto José Monje, Camarón, a los 42" mientras de fondo sonaba ese monumento sonoro que es La leyenda del tiempo. Y, desde entonces, Camarón no más muerto cada día, sino, bien al contrario, cada vez más vivo. Las casualidades que se suceden, leche. Un disco antológico que un compañero de piso se dejó olvidado al mudarse de ciudad y que heredé. Un viaje a París, cervezas en un tugurio y un franchute comunistón y con bigote, enfermo de melancolías, al que, ya de madrugada, le dio por poner a Camarón. Camarón sonando también en La Habana, en el coche de un tipo negro, castrista decepcionado e irónico, que había estado en la guerra de Angola y que allí había perdido tres dedos pero no el deseo de yacer con hembra culona ni las ganas de reírse de su puñetera sombra. Camarón como equívoco, sí, como encuentro inesperado. Y así hasta hoy, que ya no es eso sino liturgia. 2 de julio. Mi cumpleaños con algo de fiesta y algo de lápida. Aniversario de la muerte del genio. La leyenda del tiempo a todo volumen y el corazón que cabalga, potro, sí, de rabia y miel. "Sobre la misma columna /abrazados sueño y tiempo / cruza el gemido del niño / la lengua rota del viejo", cantaba Camarón. Leyenda ya por siempre unida al destino de este cuerpo mío que, como casi todos, habrán de comerse el olvido de los hombres y los gusanos de la tierra. Como casi todos, digo, porque el recuerdo de Camarón, España vieja y cruda, por siempre perdura. Por siempre y por siempre perdurará Camarón. Hombre y hombre.

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