Hace como una semana, mientras montábamos la base espacial de lego "más grande y heterodoxa de todos los tiempos", caímos en la cuenta de que no habíamos enviado la carta a los Reyes Magos. Después de semanas diseñándola ¡se nos había olvidado enviarla! Que no cunda el pánico. La tecnología, la tecnología podía salvarnos. Raudos nos sentamos frente al ordenador y comenzamos "Queridos Reyes Magos". Explicamos lo bien que nos habíamos portado y enumeramos una breve lista de deseos. Escribí una dirección de correo electrónico e invité a Joaquinito a pulsar la pestaña de enviar. "Tu mensaje ha sido enviado". Nos miramos, respiramos y sonreímos. Por poco. Pasé el resto de la tarde y parte de la noche esperando que el correo fuese devuelto. Pero no fue así. El correo había llegado a sus destinatarios.

La tarde del viernes el cielo estaba nublado. Tras comer con amigos caminé con paso ligero hacia el aparcamiento. Cientos de personas avanzaban hacia el centro de la ciudad, las caras de niñas y niños derrochaban ilusión. El Ayuntamiento había adelantado el horario para sortear la lluvia y había preparado una alternativa. Y fue hermoso porque los Reyes llegaron y recorrieron Córdoba repartiendo sonrisas a los que realmente importan.

Por la noche, ya en casa, amasé unas pizzas e invité a irse pronto a la cama. Algún polvorón, tres vasos de leche. Papel, adhesivo y tijeras, miré el árbol, sonreí, a dormir. A eso de las tres de la mañana algo me despertó. ¿Un ruido en la cocina? Tonterías. Sería la sed. A mi pizza le puse anchoas y alcaparras. Algún día les contaré mi teoría sobre las anchoas y la pizza. Me levanté en busca de un vaso de agua fría y al abrir la puerta de la habitación, zas. Melchor al otro lado del pasillo. Boquiabierto ojiplático… pónganse en mi lugar. Me sonrió. ¿Entonces? Asintió con la cabeza. Nervioso, le comenté que le había dejado leche. Me preguntó si no tenía otra cosa. Rescaté una botella de mi último cumpleaños y agarré un par de vasos. Sentados en el sofá hablamos cerca de una hora, de aquella noche que me pareció verlo con seis años, de su relación con Gaspar… Me dijo no entender por qué en algunas ciudades había gente que parece disfrutar si en la cabalgata algo sale mal. Yo le expliqué que esta gente también tienen un dicho de que cuanto peor, mejor, del no se qué, el suyo, beneficio político. Igual tenía que ver. Nos reímos. Terminó el trago y miramos los regalos. ¿Bueno, qué? ¿los tuyos o los míos? "Los míos", sentenció. Se montó en su camello y se marchó por donde había venido.

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