Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Boloñesa

LA convergencia de la Universidad española con un modelo europeo de referencia encuentra nuevos obstáculos. Hay quienes creen, dentro de la academia -un espacio de las ideas-, que la solución pasa por la mercadotecnia, que igual sirve para vender Bolonia que Polonia... Y no es así. La información debería haber favorecido el conocimiento crítico del proyecto e ilustrado sobre lo mucho que cuesta a la sociedad la enseñanza superior pública. Se habría ganado en compromiso y responsabilidad.

Toda reforma tiene debilidades, y se ven bastantes en el camino de España hacia Bolonia. Sin embargo, algunas críticas referidas a aspectos instrumentales del proceso podrían ocultar flaquezas personales, temores a un modelo más exigente que el actual. No es nueva esa respuesta, como tampoco la condición de farolillo rojo de nuestro sistema formativo en Europa.

Habrían sido necesarios debate y participación, que están en la lógica universitaria, para que la inteligencia colectiva argumentase respuestas mejor armadas que algunas que dicen "no" a Bolonia. ¿Significará este "no" mantener un modelo que aparece a la cabeza de la Unión Europea en abandono escolar y a la cola en retribución de los egresados y en proyección investigadora…?

La Universidad española, parapetada en sus mitos fundacionales, sigue siendo endogámica y autorreferente, al tiempo que su respuesta a los problemas de una sociedad compleja, sujeta a ciclos de innovación muy cortos, suele ser lenta y, en ocasiones, arrogante. Asimismo, es opaca y permisiva, por lo que la estabilidad de sus actores, actúen como actúen, está mucho más asegurada que en otros escenarios. Con la democracia, se revistió de formas de participación nacidas del aún cercano proceso liberador del 68, pero no cristalizaron en una democratización real, esto es, en más transparencia y eficiencia de un servicio público abierto a ciudadanos mayores de edad.

En torno a Bolonia se conjugan distintos marcos perceptivos. El de algunos docentes, que observan temerosos el posible final de un régimen de laxitud que se refleja en los indicadores de calidad, el mismo que, a veces, reconduce las reformas de los planes de estudio a minifundios del saber. El más generoso de los estudiantes comprometidos, que saben de los fallos del sistema y expresan una voluntad de cambio que no debe confundirse con la pereza reformista de los primeros. Y el de una mayoría que coincide en la necesidad de mejorar la enseñanza superior pública, así como en los retornos que ésta ofrece a la sociedad que la sostiene. Llámese como se quiera, Bolonia o Polonia, resulta difícil, cuando se viaja en el furgón de cola, cuestionar la convergencia con Europa.

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