PROBABLEMENTE se trata de una de las palabras más comprometidas de la lengua española. Decir "nosotros" es establecer una comunidad de lazos invisibles, afirmar la cohesión frente a los "otros", expresar el orgullo de lo que compartimos, aceptar el azar, bueno o malo, de un destino voluntariamente nuestro. En esta España centrífuga que usa y abusa de la diversidad, resulta, ya lo intuirán, un término lleno de decepcionantes claroscuros.

No es a partir de la razón -manipulada y manipulable- desde dónde podremos recuperar su sentido cabal, su virtud identificadora, su capacidad, acrisolada en la verdad de la Historia, para vincularnos y fortalecernos. Sólo cuando triunfa la irracionalidad, cuando el sentimiento destroza el artificio de tantas mentiras urdidas a la sombra de la conveniencia, de la mezquindad, de la pequeñez mísera de cuantos necesitan del odio y de la intransigencia para amamantar el sueño vacuo de sus patrias inventadas, renace, nítida e intacta, una luz de esperanza.

Me objetarán que le concedo demasiada importancia a la pasión de unas horas, a la nadería de un juego, a la trascendencia de una victoria que, para la sensatez interesada de los insensatos, no tiene ninguna. Quizá. Pero lo ocurrido, aun siendo frívolo, demuestra que la nación española todavía existe, que no tiene miedo de enarbolar su bandera -la constitucional, la que aprobamos y debemos respetar todos-, de emocionarse con su himno y de lanzarse a las calles, que está ahí, aguardando a que alguien se decida a liderarla, a defenderla de tanta memez y de tanto matón de barrio que no esgrime más argumento que su impunidad consentida para cercenar derechos, atemorizar conciencias y reinventar a su capricho la realidad.

Esa nación, en apariencia desmotivada y distraída, enredada en sus cosas y casi siempre desesperantemente intermitente, constituye -lo ha afirmado no hace mucho el GEES- un potencial enorme, que necesita que sus políticos estén a la altura exigible, asuman los riesgos necesarios y no abdiquen de sus responsabilidades. Son ellos, con el auxilio de determinadas elites intelectuales y culturales, los que, al cabo, "desmovilizan y paralizan el sentimiento nacional, sea por rechazo en la izquierda o por complejos de la derecha".

Habrá quien maldiga que la "marea roja" no reaccione sino ante la bobada de la pelota y que sin embargo, en lo demás, permanezca como ausente. Pero a mí, querido lector, la alegría y la unión vividas en estas semanas distintas me han devuelto el ánimo. Porque todavía permanece el rescoldo de la inmensa fuerza de mi pueblo; porque aún somos nosotros. Y eso, en pleno auge de la demagogia, de la miopía, de la mediocridad, del disparate, del desgobierno y de la locura, no deja de suponer una magnífica noticia.

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