Atascos y gatos

Porque al final el tiempo siempre es tiempo, y todo depende de la valía de cada cual

Los atascos tienen su literatura, como también la tienen los gatos. Y ayer ambos, gatos y colapsos, se dieron cita en Claudio Marcelo, donde dos felinos observaban desde el Templo Romano la fenomenal cola de coches que se había formado a mediodía en la confluencia con María Cristiana. Yo, que ejercía a esas horas de calmado peatón, me acordé al ver los gatos no tanto del gato de Cheshire, que allí nada pintaba, sino del Tío Ratero, el personaje de Miguel Delibes que en su novela Las ratas observaba el progreso con cara de honda incomprensión. Porque así, como aquel viejo que con sus ratas y su mundo ya andaba servido, miraban los animalitos a esos conductores que pitaban y alternaban la mirada entre las ventanillas y el reloj. Uno de los atascados, en una furgoneta, se entretenía en llamar a la novia. Otra le echaba la bronca a su hija, vestida la chica de uniforme de colegio concertado, por no sé qué, supongo que por algún cate en Física o en Biología. Al verlos resultaba imposible no pensar en aquel relato de Cortázar titulado La autopista del Sur, un cuento memorable de estirpe kafkiana, en el que un fenomenal atasco dejaba varados durante días a cientos de coches en los accesos a París hasta el punto de que unos y otros afectados comenzaban a socializar. Aunque el colapso también remitía a la información aparecida ayer en la que se decía que los conductores cordobeses se pasan 56 horas al año en sus vehículos por culpa de las retenciones. ¿Horas perdidas? Para gustos colores, aunque yo diría que no, o que no para todos. Porque seguro que algún investigador en algún atasco habrá dado con la clave de algo que se le escapaba o que algún poeta habrá encontrado allí los primeros versos de poema feliz. Porque al final el tiempo siempre es tiempo, y todo depende de la valía de cada cual. Ni todo atasco es malo ni todo gato es bueno, aunque ayer, eso sí, yo me alegraba de andar y andar y de no ser ni lo uno ni lo otro. Me sentía feliz como peatón que mira y mira, que piensa y piensa. Que recuerda lo leído, y luego escribe, y poco más. Porque la vida a veces se vuelve miércoles y es eso: atascos, gatos, literatura, primavera. El arte de estar vivos entre bocinazos y maullidos. El arte de mirar ligero; el arte imprescindible de seguir y sonreír.

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