Argumentación ad hominem

Una variedad consiste en hacer decir al adversario algo que no ha dicho para, de esa manera, refutarlo

Con este latinajo los filósofos quieren referirse a un tipo de argumento o argumentación que se utiliza, quizá en demasiadas ocasiones, a la hora discutir sobre cualquier asunto. Ad hominem, o referente a la persona, es una expresión incluida en el diccionario de la RAE, que consiste en desautorizar al interlocutor para que, diga lo que diga (y aunque sea una afirmación plenamente verdadera), no se le crea. Expresado en lenguaje familiar, es aquello de que, como no tengo argumentos para rebatir lo que dices, ataco a tu persona tratando de descalificarla. Los argumentos ad hominem carecen de legitimidad dialéctica y lógica. Si alguien, en el ejemplo clásico, asegura que los triángulos tienen cuatro lados, no podemos fijarnos, para negar su afirmación, diciéndole que se equivoca porque ha estado en la cárcel, o es zurdo o ha venido como emigrante. Para contrarrestar esa afirmación falsa, hay que aportar, lógicamente, argumentos de geometría y no del color del pelo de quien lo ha dicho.

Modalidades de esta falacia o argumento engañoso las hay a montones. Hay una variedad que consiste en hacer decir al adversario o interlocutor algo que no ha dicho para, de esa manera, refutarlo, al menos en apariencia. Otra, también muy conocida y frecuente, es la de confundir al sujeto con los referentes. ("Nos echan de casa", dicen que dijo la esposa de Pujol cuando su marido perdió las elecciones). Pero la más relevante es la ya muy vieja y antigua estrategia de inventar un falso enemigo para justificar todos los desmanes. Por lo general estas opciones, por su contenido y estrategia, son embaucadoras, un claro desafío a la ética, porque juegan con la trampa y el engaño en beneficio propio.

En nuestra vida privada, para defendernos o acusar a los demás, utilizamos en bastantes ocasiones esta picardía. Pero es en el ámbito público donde son más frecuentes y rimbombantes. Por supuesto entre los políticos llamados profesionales, que trastocan lo que han dicho sus adversarios para así refutarles cómodamente. Pero también entre aquellos otros personajes públicos (véanse si no los goznes de la Mezquita) dispuestos a defender el beneficioso statu quo de que disfrutan: ante cualquier sugerencia de efectos livianos, montan una cruzada que ni la del papa Urbano II. Y es que, como en la famosa greguería de G. de la Serna, "habría que llamar a los bomberos también en caso de infundio".

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