Un virus social maligno y contrario a la convivencia humana amenaza desde hace algún tiempo a esta sociedad que se cree tan avanzada, tan moderna, tan de todo...pero que en realidad es una sociedad que, presa de la crisis y de una pésima gestión de la misma, ha retrocedido en todos los sentidos hasta volver a defender pensamientos neolíticos, a la par que los máslistos practicaban y siguen practicando -si no les pillan con el carrito de los helados- el abominable arte lazarillo de llenarse los bolsillos desde sus poltronas políticas. Ese virus tiene un nombre, aporofobia, neologismo que no está incluido en el Diccionario de la Real Academia Española, pero que viene siendo usado por los medios de comunicación para definir el odio, miedo y repugnancia que ha nacido en pleno siglo XXI desde una parte de la sociedad para con las personas pobres, sin recursos o desamparadas. Ese sentimiento, para mí bastardo, procede de una parte de la sociedad sobrada de pasta en algunos casos, que no ha sufrido en sus carnes las dentelladas de la recesión económica, o de una sociedad ilusa y de estómagos agradecidos, en otros casos, a la que sus escasos cerebros no les da para entender que la pobreza es una característica circunstancial en la vida de los seres humanos y que en ningún caso forma parte de su identidad. Esa sociedad no quiere entender que la pobreza no es una condición permanente de las personas, sino una situación indeseable e injusta, pero superable -aunque eso de echar una mano para que se pueda superar no figure en sus egoístas ADNs- y que -virgencita, virgencita, que me quede como estoy- puede que acaben sumándose a ella.

Ese virus llamado aporofobia consigue que quien lo contrae acabe relacionando a las personas pobres con delincuencia, situándolas en el imaginario social como posibles delincuentes antes que como potenciales víctimas de la discriminación y la violencia, hasta tal punto que estas prácticas políticas, sociales y mediáticas generan representaciones deshumanizadoras de las personas en situación de extrema pobreza y crean una distancia simbólica y muy real entre el nosotros y el ellos. De este modo, a través de procesos de deslegitimización y exclusión moral la ciudadanía no se siente obligada a aplicar las normas morales, reglas sociales y consideraciones de justicia que aplicaría con la población que no está excluida socialmente. Los datos hablan por desgracia por sí solos: según una investigación realizada por el Observatorio de Delitos de Odio contra Personas sin Hogar, en España el 47% de la gente que vive en la calle ha sufrido un delito de odio por aporofobia y el 81% ha padecido estos delitos en más de una ocasión. Defiendo como el Observatorio que los delitos de odio contra las personas sin hogar son una vulneración flagrante de los derechos humanos y que visibilizar y condenar esta realidad es el primer paso para combatirla.

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