Andalucía

El nacionalismo andaluz ha rehuido de todo lo que sonara a excesivo y ostentoso y se ha mantenido en un nivel discreto

Por la calle veo una niña que lleva el pelo recogido con un coletero con los colores de Andalucía. Supongo que se lo han pedido en el colegio para celebrar la fiesta del Día de Andalucía, pero lo que me llama la atención es que esa exhibición de la bandera andaluza no sea una práctica habitual, cosa de la que todos deberíamos estar muy orgullosos. Estamos tan acostumbrados a esos excesos histéricos de los indepes catalanes, que de pronto nos damos cuenta de lo modesto que es nuestro sentimiento nacional. Con la excepción de algunos grupúsculos delirantes que piden la independencia de una extrañísima República de Tartessos, o de otras organizaciones minoritarias que reclaman reconstruir Al Ándalus siguiendo el legado de Blas Infante, el nacionalismo andaluz ha rehuido hasta ahora todo lo que sonara a excesivo y ostentoso -incluso en los actos institucionales- y se ha mantenido en un nivel muy discreto, como legítima muestra de orgullo y muy poco más, sin alardes de ninguna clase y sin exhibiciones gimoteantes de victimismo. Y todos, repito, deberíamos estar orgullosos de eso.

Hace treinta años, Andalucía parecía predestinada a monopolizar el uso del lloriqueo victimista. Pero no ha sido así en absoluto, sino que ha sido la fría, europea y cartesiana Cataluña la que ha empezado a comportarse como una delirante corte de los milagros en la que una camarilla de políticos y periodistas embaucadores se han puesto las botas ofreciendo toda clase de soluciones milagreras a una población que ha decidido tomar todas esas mentiras por verdades incuestionables. Y en cambio, ha sido la supuestamente delirante Andalucía, la Andalucía barroca del despilfarro y la holganza (repito los tópicos), la que ha dado muestras de comportarse con mucha mayor frialdad y mucho mayor raciocinio. Y yo, qué quieren que les diga, me alegro por ello.

Es cierto que Andalucía no sabe venderse bien y que cualquiera que vea Canal Sur tendrá que pensar a la fuerza que aquí nos pasamos la vida contando chistes, bebiendo fino y bailando sevillanas. También es innegable que en muchos aspectos seguimos empantanados en una inercia y un conformismo muy preocupantes. Todo eso es cierto, sí, pero aún hay muchos motivos para sentirse orgullosos de vivir aquí, como le pasa a esa niña que lleva el pelo recogido con los colores de Andalucía.

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