Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Alpargatas de destrucción masiva

GEORGE Bush tiene buena cintura. He visto, voluntaria o involuntariamente, decenas de veces el vídeo de los zapatazos durante la conferencia informativa en Iraq y lo que más me sorprende es la agilidad del presidente para, uno, agacharse y, dos, ladear el tronco y evitar el impacto. Hay un fotograma del vídeo de profundo carácter simbólico en el que la cabeza del presidente está pegada al borde la mesa, no se sabe si bajando o subiendo, como si enfrente tuviera a un ejército de rebeldes armados de chanclos, zapatillas, zuecos, borceguíes, sandalias y escarpines, y él quisiera parapetarse para evitar las descargas de la artillería.

La escena, en su conjunto, me recordó una de esas casetas de feria para probar la puntería en las que hay que derribar con una pelota los monigotes que desfilan en hilera por el fondo. Luego, cuando ya fue retenido el periodista y sacado de la sala, Bush, con una media sonrisa pegada al rostro, como si fuera un postizo, parecía uno de esos muñecos con los rasgos de Bush que los manifestantes en los países hostiles suelen sacar a la calle para que la turbamulta se desahogue lanzándole improperios o huevos.

Ayer la protesta del zapato se extendió por todo Iraq. Miles de personas tomaron las calles enarbolando alpargatas usadas, chanclas astrosas y tristes babuchas con las suelas gastadas en un singular acto de afrenta al imperio. Algunos manifestantes llevaban consigo largas pértigas con una bota pendiendo de la punta como si fueran armas de guerra de gran alcance. Y en cierto modo lo eran. Los iraquíes han descubierto, más de cinco años después de la invasión, que el poder ofensivo de la resistencia no se mide necesariamente por el número de bombas, ametralladoras o fusiles, sino que basta un par de zapatos viejos para amedrentar al presidente de Estados Unidos.

La escena del zapato es una buena metáfora para representar las circunstancias en las que el presidente americano se va a desvanecer de la escena política mundial: dejando un avispero en Iraq que ha consumido miles y miles de vidas, y 80.000 millones de dólares, una crisis mundial basada en la doctrina ultraliberal que ha predicado desde la Casa Blanca y un reguero de inmundicia moral que alcanza su pleno sentido en Guantánamo, pero que ha emporcado la larga ruta que han seguido los aviones cargados de presos desde Oriente a Occidente.

Se me ocurre pensar que esos millones de pares de zapatillas agujereadas y cubiertas de polvo son las auténticas armas de destrucción masiva que guardaba el pueblo iraquí en vez de los misiles con cabezas atómicas y las bombas químicas que buscaba Bush y sus aliados.

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