En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Adiós al gran Trovador

Parecía querer avisarlo en su último disco, ese disco que hace apenas unas semanas sacó a la venta y que tituló You Want It Darker (Lo Quieres Más Oscuro), parecía recitar a gritos con la voz más desgarradamente surrurante del mundo que faltaba poco para que su legión de fieles le empezara a guardar un luto riguroso, que ese iba a ser su legado, ¡y qué legado!, el de uno de los más grandes trovadores que ha dado el arte a nivel mundial. Sí, el arte, porque Leonard Cohen fue mucho más que un poeta que se miraba en el espejo literario de William Butler Yeats, Irving Layton, Walt Whitman, Federico García Lorca -la gran fuente de su adolescencia- o Henry Miller para escribir versos con aroma a mística alimentados por su incansable lucha contra los elementos que solía ponerle como obstáculos la vida desde que con apenas nueve años se quedó sin padre . Y fue mucho más que un músico con 14 albumes de estudio a sus espaldas. Y mucho más que un escritor con una docena de libros firmados y cuya carrera literaria fue premiada con el Príncipe de Asturias de las Letras en la 31 edición de este galardón.

Este descendiente de una familia polaca de clase media nacido en Canadá fue todo eso y muchísimo más. Fue uno de esos maravillosos creadores que escasean, un milagro con los que a veces obsequia la existencia, un genio más propio de un Renacimiento tardío que de los tiempos inciertos que desde hace algunas décadas corren. Su obra contribuye a ello al ser humana al cien por cien. En ella no falta el amor, el sexo, la religión, la depresión psicológica, la bohemia, la angustia urbana...Porque su obra huye -huyó siempre- de temáticas vanales. Precisamente, dicen los que entienden de ésto y los que han estudiado el arte de este gran trovador que en su faceta de cantautor prodominan las letras muy emotivas y líricamente complejas que pivotan sobre tres ejes temáticos predominantes -cómo no, otra vez-, el amor, la religión y las relaciones de pareja. La vida misma.

Merced a esa poesía musicalizada, Leonard Cohen nos enseñó de una forma distinta a la conocida algo que ya muchos saben, que no hay cura para el amor cuando es de verdad. Y desde la primera vez que tomó Manhattan de la mano de su adorado Federico García Lorca fue capaz de contar de la forma más sensible del mundo el terrible desgarro que sufrió la humanidad con el Holocausto, dibujándolo con forma de especie de baile hasta el final de amor, al que invitaba a ritmo de vals, enfundado en su famosa chaqueta azul, prenda a la que le dedicó una canción basada en la Cienciología. Hoy, en el Cielo ya canta a los ángeles su Hallelujah.

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