Carlos González parece decidido a dejar la presidencia del Córdoba en el próximo mes de diciembre. Lo ha anunciado ya y parece que su decisión es irreversible. Ahora tal vez sea la definitiva. Pero su marcha del cargo será más un acto de cara a la galería que una dejación absoluta de sus funciones en beneficio de su hijo Alejandro. No obstante, nada que no hayamos visto ya en otros propietarios de importantes clubes del fútbol español. Pero la cuestión es si esta marcha se produce en el momento adecuado o no. Si llega la hora de cerrar su ciclo en el club que le ha lanzado al estrellato mediático en el último lustro o si su salida es precipitada y llega en el peor momento de su fructífera y discutida -que no discutible- gestión. Creo firmemente que ahora es el momento de agarrar fuerte el timón como ha hecho en otras ocasiones y seguir hasta que este campeonato concluya. La situación actual del club, tanto en lo deportivo como en lo institucional, no transmite buenas sensaciones, y dejar la nave en manos de Alejandro González no parece lo más recomendable. Siete jornadas sin conseguir una victoria, el contencioso por el reparto de dividendos y otros asuntos importantes como el proyecto de reforma y ampliación de la Ciudad Deportiva son algunas cuestiones que en manos de un presidente nobel serían auténticas patatas calientes difíciles de resolver. Por eso, tal vez cuando hay quienes se frotan las manos ante el anuncio de su marcha, yo desde esta modesta ventana le pediría que continuara, al menos hasta final de temporada. Quedan cosas por hacer y por resolver. González habrá cometido errores, pero también ha tenido el acierto de gestionar situaciones comprometidas. Su precipitada marcha no servirá para nada; sólo para, al final, tener que seguir tomando decisiones desde el sofá de su casa. Por todo, yo grito aquello de... ¡Quédese, Señor González!

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