La hartá de gente que hay por la calle no es una cosa normal, sobre todo si te vas para el centro, que andar por Cruz Conde o por Gondomar estos días es más difícil que hacer el doble salto mortal sin red, lo que yo les diga, aunque seguro que lo saben, porque todos tenemos que estar por ahí para que haya la gente que hay, que vaya cosa mala.

Yo la verdad es que cuando se monta tanta cola y hay tanta gente por la calle me agobio un poco, pero la verdad es que no tardo en adaptarme, que tampoco pasa nada de vez en cuando. La verdad es que lo digo por decir, porque lo dice todo el mundo, pero lo cierto es que me gusta más que a un cochino un charco, y yo creo que a casi todos nos pasa lo mismo, para qué engañarnos, que eso que habla de la sarna y el gusto tiene más razón que otra cosa, por lo menos en mi caso y yo creo que no soy tan raro en esto, me parece a mí, por lo que vengo observando desde nene. Pues este puente, quien lo haya tenido, aunque yo lo he tenido, como tengo todos, lo hemos pasado tela de bien porque ya hay tela de ambiente navideño, y ese es buen ambiente, me parece a mí. Que es cierto que nos acordamos mucho de los que faltan, claro, y a veces tenemos momentos tristones por eso, pues claro, pero también es verdad que lo pasamos la mar de bien, pero tela, que en el fondo, y en la superficie, no dejan de ser unas fiestas, y las fiestas están para eso, digo yo.

De nene me ponía las manos negras de tanto tirar petardos, lo que yo les diga. Que nos íbamos a Casa Leal, aunque la llamaran Casa Pegas, en la calle Juramento, junto a la Corredera, y nos hartábamos de comprar, pero una barbaridad. Cómo me gustaba aquella tienda, es que me volvía loco, con sus botecitos con olor a huevo podrido, sus cacas de plástico, sus polvos picapica y sus falsas arañas para asustar a la gente. Había petardos de todos los tamaños y colores, pero a partir de peseta ya pegaban un leñazo de los buenos, que levantaban una lata y todo. Esos eran los verdes, y luego estaban los chiquitillos, los rojos, que eran los de las tracas, que los separábamos para que nos duraran más, que tampoco era mucho. Y así nos pasábamos las navidades, con la mecha en la mano todo el rato, que más de unos acabábamos con los zapatos con la boca abierta, porque nos estallaba un petardo debajo y rompíamos las suelas. Ya no se pueden tirar petardos, como no se puede ir a por monte, eso que se pierden los zapateros y que gana nuestra sierra.

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