Posiblemente si buscáramos el personaje más influyente en la historia del Córdoba CF la mayoría de nosotros vendríamos a reparar en la figura de Rafael Campanero Guzmán. Su vida, su historia de esfuerzo y superación de hombre forjado a sí mismo ha estado siempre ligada a los avatares de la entidad blanquiverde. Sus principios y su estilo de vida no sólo han marcado época en el fútbol cordobés, también han creado escuela en tantas y tantas personas, entre las que me incluyo, que durante más de sesenta años han escrito parte de la historia de este club. Rafael Campanero fue un adelantado a su tiempo que supo adaptarse a los cambios que experimentó el fútbol en las últimas décadas y pieza clave, no sólo en la conversión del club en sociedad anónima deportiva, también en la modernización y renovación de sus estructuras, en la que tuve el privilegio de participar. Rafael demostró siempre una inteligencia por encima de lo normal. Él veía con clarividencia anormal lo que los demás no éramos capaces. Siempre supo dar el golpe necesario sin necesidad de apretar el puño. Para él, el principio de honestidad y de honradez era algo imprescindible. Campanero lo dio todo a cambio de nada, recibiendo en ocasiones críticas injustificadas. El jueves, el Centro Filarmónico y algunos de sus incondicionales organizan un merecido homenaje. Pero siendo este acto un reencuentro de tantos y tantos amigos, quedará a mi gusto incompleto si los actuales propietarios del CCF no permiten agrandar este homenaje permitiendo que reciba el multitudinario reconocimiento que merece en El Arcángel.

A Rafael siempre le dije aquello que me dictaba mi conciencia y nunca lo que le hubiera gustado, pero siempre con una lealtad casi espartana. Bajo su mandato y fuera de él tuve dos de las mayores satisfacciones de mi vida. De él aprendí dos principios básicos. El primero, no juzgar hasta no tener el cien por cien de la información. El segundo, buscar tiempo para pensar antes de tomar una decisión. Nunca podré agradecerle lo suficiente sus enseñanzas y sólo sé pagarle con algo que para mí es inquebrantable: mi amistad por siempre. Gracias, Rafael.

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