No seré yo quien vaya en contra de la opinión soberana de la afición cordobesista que durante décadas ha estado siempre muy por encima del propio club y de quienes lo dirigieron. Pero hay ocasiones en las que el Córdoba Club de Fútbol debe estar por encima de todo, porque todos los que estuvieron, están y estarán fueron, son y serán de paso. Personalizar el posible fracaso en tal o cual persona puede ser tan injusto como prematuro cuando quedan tantos puntos en juego. Quienes hoy posiblemente se hacen acreedores del enojo de los aficionados no hace mucho fueron considerados artífices de éxitos importantes. Es cierto que en el fútbol no hay lugar para la memoria y que los triunfos son tan efímeros como la propia existencia, pero deben ser tenidos en cuenta. De igual manera, quienes sacaron pecho en los buenos momentos deben saber asumir las críticas. Comprendo el enfado de la afición y tal vez haya argumentos para que se reparta solfa a diestra y siniestra, pero sinceramente creo que en la situación en la que se encuentra el equipo -una auténtica encrucijada histórica- distraer el foco de atención de lo meramente deportivo en un partido tan trascendente, que no trascendental, como el del Huesca es equivocarnos todos un poco. El domingo hay que ganar el partido y, cuando acabe, expresar libremente aquello que creamos oportuno. Concentraciones en los prolegómenos o protestas en no sé que minuto puede sembrar la duda y el desánimo de los jugadores y técnicos ahora en la picota y reforzar las intenciones del rival. Ya sabemos aquello de a mar revuelto... Tal vez esté haciendo de abogado del diablo, pero es lo que me sale en esta situación. Nada debo a quienes manejan el club en estos momentos, pero me imagino lo doloroso que debe ser que todo un estadio coree tu nombre, y no precisamente para bien. Ni el éxito ni el fracaso es mérito o demérito de una sola persona.

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