arte

El zoo de Lissitzky (y otras fieras)

  • El CAAC analiza en 'Mil bestias que rugen' cómo las exposiciones han divulgado ideologías y discursos y contribuido a crear relatos históricos

"Las grandes exposiciones internacionales de pintura", observaba El Lissitzky, "parecen un zoo, cuyos visitantes reciben los rugidos de mil bestias diferentes al mismo tiempo". El artista y diseñador, uno de los nombres fundamentales de la vanguardia rusa, fue consciente de la dificultad de atraer la atención del espectador en exposiciones internacionales y grandes citas en las que el público asistía a una constante sucesión de estímulos, y entre sus estrategias para conseguirlo se decantó por alterar el entorno en el que se exhibían las obras: en una muestra en Dresde en la que debía competir con otras 55 salas, optó por una propuesta en la que "las paredes no eran lisas, sino que estaban formadas por un relieve estriado de madera pintado de tres colores, que hacía que se volvieran blancas, grises y negras según el espectador se desplazaba en el espacio, desorientado sobre el color del fondo donde se presentaban pinturas y esculturas", señala Olga Fernández López, profesora de Historia del Arte en las Universidad Autónoma de Madrid.

La investigadora es la comisaria de Mil bestias que rugen. Dispositivos de exposición para una modernidad crítica, una muestra que se exhibe en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), con sede en Sevilla, y que hasta el 4 de marzo analiza entre otras cuestiones, tomando la evolución de las exhibiciones artísticas como punto de partida, cómo el hecho expositivo se convirtió en un medio a través del que se divulgaban ideologías y discursos, cómo las muestras trascendieron su propósito inicial de acercar al público la obra de los creadores y ayudaron a configurar algunos relatos históricos. Una reflexión que se apoya en el trabajo de 24 artistas nacionales e internacionales del presente -se complementa también con el curso Transformaciones- y que para el director del CAAC, Juan Antonio Álvarez Reyes, no es "sólo una exposición muy ambiciosa, sino un ensayo audiovisual".

Para Álvarez Reyes, la cita no es sólo "una muestra ambiciosa, sino un ensayo audiovisual"

Entre los ámbitos en los que se detiene Mil bestias que rugen está el interés que los autores de las vanguardias, con Picasso o Nolde a la cabeza, coleccionistas y museos sintieron por el arte primitivo o tribal. El colonialismo había traído a Europa un conjunto de piezas exóticas, acogidas como parte de una nueva estética, idealizadas en una mirada romántica que daba la espalda al dolor y a las tensiones de esa realidad política que había favorecido su entrada en Occidente. Como escribe la comisaria en el catálogo, "las exposiciones donde se forzaba esta coexistencia [la de las piezas de arte étnico y los creadores de las décadas de los 20 y los 30] fueron una de las escenas del crimen de los discursos imperialistas". Entre las propuestas actuales que revisan esa conflictiva relación con el otro están los trabajos de la peruana afincada en Madrid Sandra Gamarra, que en Museo del ostracismo reproduce cerámicas de la cultura inca, copias en cuyo dorso la autora escribe adjetivos peyorativos con los que se denomina en Europa al inmigrante, o de la francomarroquí Yto Barrada, que recrea cómo en las montañas del Atlas, en una zona de alto valor paleontológico, existe una industria que falsifica y comercia fósiles.

Otro de los apartados de la muestra afronta la atención que artistas de la actualidad han dedicado a un periodo como la posguerra y la Guerra Fría, una etapa en la que al arte se le encarga una labor conciliadora al mismo tiempo que los gobiernos intentan transmitir su propaganda en las exposiciones. En este fragmento destaca la relectura que Isaías Griñolo hace de los 25 años de paz que celebró el régimen de Franco, en una instalación que no elude las ramificaciones del fascismo con el presente.

El tercer y último ámbito de Mil bestias que rugen ahonda en cómo las nuevas tecnologías, la proliferación de archivos a los que antes no se tenía acceso y la capacidad para reproducir imágenes ha revolucionado la experiencia artística. En algunos casos reivindicando, frente al auge de lo digital, formatos físicos como libros y materiales impresos a los que los creadores de hoy regresan para articular una narración propia, como hacen Walid Raad, que pretende escribir una historia del arte en el Líbano, u Oriol Vilanova, que en Mausoleos reúne postales del interior de museos de todo el mundo.

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