Cultura

"La vida, como la literatura, tiene sentido mientras sea sorprendente"

La voz y el tono pausado de Esther Tusquets (Barcelona, 1936) denotan, frente a un descafeinado de máquina, la sabiduría de quien no se apresura a demostrar su valía. En los 60 fundó la editorial Lumen, que dirigió durante cuarenta años y por la que introdujo en España la lectura de Mafalda, Umberto Eco y hasta el Ulises de Joyce. Retirada ya del negocio, se dedica en exclusiva a continuar su trayectoria como escritora, que inauguró en 1978 con El mismo mar de todos los veranos. En su último libro, Habíamos ganado la guerra, cuenta sus memorias de la Guerra Civil desde una familia del bando vencedor.

-Entonces, en el 39 hubo vencedores y vencidos.

-Por supuesto. La idea del libro surgió durante una conversación con la poeta catalana y amiga Marta Pessarrodona. Ella dijo que la Guerra Civil la habíamos perdido todos y yo protesté enseguida. Con un país desecho que había dejado un millón de muertos estaba claro que la situación no era la misma para todos. Los del bando franquista eran muy conscientes de que habían ganado, lo celebraron por todo lo alto y llamaron Victoria a sus hijas. A los perdedores, el hambre, el miedo y la miseria también les despejaron las pocas dudas que tuvieran.

-Sus recuerdos al respecto se remontan a cuando usted tenía tres años. ¿La memoria íntima es fiable también a largo plazo?

-Los primeros recuerdos se van reelaborando con los años y terminas confundiéndolos con lo que te han contando los mayores o tú misma reconstruyes. Pero sí estoy segura de que el día en que entraron los franquistas en Barcelona mi familia deliraba de felicidad, mi madre gritaba el nombre de Franco y un soldado me regaló una banderita. Aunque de esto último, la verdad, no estoy tan segura.

-¿Ha querido escribir su particular ajuste de cuentas?

-No tanto, pero sí hay una visión muy crítica porque siempre, desde pequeña, tuve problemas con la clase social a la que pertenecía. Ocurrían cosas inaceptables y brutales a los ojos de una niña. Aunque tengas siete u ocho años, comprendes que cuando el señor de la casa tira la comida por la cabeza de la sirvienta porque no ha sido atendido en condiciones se está cometiendo una injusticia. Cuando yo era niña no entendía las diferencias, por qué unos tenían tanto y otros nada, ni por qué mi madre se reía y decía "fíjate, creía que había llamado a la puerta un señor y resulta que era sólo un hombre".

-¿Cuál fue su primera reacción práctica contra aquella situación?

-Puede resultar insólito, pero el primer partido de izquierda desde el que protesté por todo esto fue la Falange. Fui a la fuerza, sin ganas, porque era obligatorio hacer el servicio social y conocía a una profesora de formación del espíritu nacional que me reveló la existencia de una sección de Falange de extrema izquierda. Me apunté y pertenecí a aquello durante un año y medio. Al salir decidí que siempre militaría en la izquierda pero nunca dentro un partido, lo que he mantenido hasta ahora. Mi opinión está por encima de cualquier consigna. Mi voto puede ser socialista, pero no estoy de acuerdo con el poco castellano que se enseña en las escuelas de Cataluña ni con que una ministra de Fomento se permita llegar media hora tarde a una sesión en el Congreso. Esto me causa el mismo estupor que un padre de familia volcando el plato de comida sobre la cabeza de su sirvienta.

-¿La puesta en marcha de Lumen fue una reacción contra su pasado y sus orígenes familiares?

-No, fue una casualidad. Yo jamás tuve vocación de editora, en la Universidad era lo último que se me habría ocurrido. Pero mi padre compró a un hermano suyo una editorial pequeña de libros religiosos y nos volcamos en ello por completo. Cuando yo me quedé un poco al mando presenté un primer catálogo de libros invendibles, por supuesto ninguno religioso. Mi familia era franquista, pero atea. Comencé editando libros infantiles, porque los consideraba importantes y no había entonces obras bonitas ni ideológicamente aceptables.

-¿El éxito posterior también llegó por casualidad?

-Sí. Dicen que yo he tenido mucha suerte, pero creo que la suerte hay que aprovecharla. Nuestro primer éxito fue Mafalda: hicimos una tirada de 3.000 ejemplares sin saber cómo iba a funcionar y en pocos años vendimos cientos de miles. Con Umberto Eco pasó algo parecido: Carlos Barral recibió Apocalípticos e integrados, no le gustó para editarlo y me lo pasó a mí. Lo saqué por los pelos y al poco me llegó El nombre de la rosa. Imagínate.

-¿Ha cambiado mucho el trabajo de editor desde que fundó Lumen?

-Se sigue leyendo muy poco. Las cifras de ventas de libros son engañosas, no porque no sean ciertas sino porque no explican la distribución. La mayor parte de las ventas se las llevan tres o cuatro libros al año, los que compra todo el mundo. Pero los libros de buena literatura apenas venden 2.000 ejemplares. Por lo demás han cambiado algunos procedimientos: los editores ya no tratan con autores, sino con agentes, y los medios de comunicación son cada vez más rápidos.

-¿Disfruta más con la escritura y la lectura desde que no es editora?

-Sí. Leo por placer, ya no me interesa estar al día. Y como escritora ahora tengo más claro que nunca lo que quiero decir. Pero la vida tiene sentido mientras sea sorprendente. Como la literatura.

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