literatura

Una sombra del XIX perfilada en el presente

  • Sara Mesa y Pablo Martín Sánchez se entregan en 'Agatha' a un singular juego: escribir sus versiones de una historia real que Melville quiso, en vano, que escribiera Hawthorne

Una joven que vive en la costa ballenera de Estados Unidos rescata del mar a un marinero inglés que acaba de sufrir un naufragio; poco después, se casará con el hombre, que sin mediar explicación, como un fantasma que se desvanece del mismo modo en que hizo acto de presencia, no tarda en desaparecer, dejándola a ella embarazada, para no regresar hasta 17 años después. Herman Melville supo de esta historia "de la vida real" durante un viaje en barco por las islas de Nantucket, charlando con un abogado -John C. Clifford, que había llevado profesionalmente el caso arriba resumido al máximo- sobre "la gran paciencia y resignación de las mujeres que viven en las islas, y cómo aceptan, sin quejarse, las largas ausencias de sus maridos que se echan a la mar", tal como consignó el autor de Moby Dick en una de sus cartas dirigidas a su colega Nathaniel Hawthorne.

Corre el año 1852 y Melville, que acaba de cumplir 33 años y conoce desde hace poco a Hawthorne, entonces de 46, mantiene con éste una intensa correspondencia en la que se hace patente una enorme admiración mutua. "Me parece que aquí se esconde una trama que de seguro le resultará especialmente familiar. Para ser exactos, creo que de este asunto sacará mejor provecho que yo. Es más, se diría que es la historia misma la que se siente atraída por usted", escribe, con el entusiasmo en llamas, Melville al autor de La letra escarlata o Wakefield, ese inagotable relato contenido, sin embargo, en apenas una decena de páginas en el que un hombre, el tal Wakefield, sale un día de su hogar, le anuncia rutinariamente a su mujer que estará de vuelta el viernes como muy tarde y se pasa los siguientes 20 años desaparecido, pero en una casa al final de la misma calle.

En la historia resuenan elementos que invitan a recordar 'Wakefield', el cuento de HawthorneMesa desplaza el eje del relato a la hija; Sánchez juega con la autoficción y el estilo 'de época'

Pese a las resonancias entre ambas historias -la de Wakafield también basada en un caso verídico, en este caso leído en el periódico-, o tal vez precisamente debido a esas evidentes resonancias del relato memorable ya escrito, Hawthorne rehusó -no sabemos si musitando un "I would prefer not" como el Bartleby de su amigo- la sugerencia de éste de novelar la historia de la mujer y el náufrago salvado, esfumado y reaparecido. Así las cosas, Melville, a quien esa historia se le había quedado vibrando dentro, se animó finalmente a escribirla él mismo bajo el título La isla de la cruz, pero el manuscrito se extravió, o no lo llegó a terminar -hay también quien duda de que el relato fuera escrito realmente-, y fue a parar en cualquier caso a ese limbo amueblado y decorado por Borges de joyas, rarezas y obras maestras que nunca existieron. Ahora, sin embargo, la editorial La Uña Rota, una de las más singulares del panorama nacional, responsable de ediciones exquisitas y en ocasiones -como ésta- de caramelitos irresistibles, rescata esta historia que figuraba ya, esbozada, en las Cartas a Hawthorne que el mismo sello publicó en 2016.

Fueron tantas las pistas y las indicaciones que consignó Melville en esas misivas, que por qué no poner en pie, por fin, la historia de esa mujer, pensaron los editores. Ese juego, ese ejercicio de estilo, plantea Agatha, un librito en el que Sara Mesa, sevillana autora de Cuatro por cuatro, Cicatriz o Mala letra, y Pablo Martín Sánchez, reusense que ha publicado Fricciones, El anarquista que se llamaba como yo y Tuyo es el mañana, dos voces contemporáneas y muy diferentes, proponen sus particulares versiones del relato que Melville le propuso escribir a Hawthorne.

En el caso de la primera, optó, como suele, por situarse en un "ángulo anómalo" para contar la historia: "en el punto de vista de la hija", esa muchacha que durante toda su vida pensó que su padre, ese señor desconocido y misterioso, estaba muerto, hasta que le anuncian que no: que ha vuelto, que está allí, esperando abajo, junto al faro donde trabajó el abuelo, el áspero padre de su madre. "Por fuerza, ya que hay un montón de cosas que no puede saber, ella es una narradora parcial y lateral, y me interesa contar las historias desde ese ángulo en las cosas no están tan claras", explica la escritora. Otro es el enfoque de partida de su colega, que a "una experiencia real, biográfica", le dio forma ficcional. "Tenía previsto un viaje a Nottingham y, como había leído que Melville y Hawthorne se habían encontrado por última vez en Liverpool, decidí pasarme por allí también". "A partir de ahí", explica Martín Sánchez, "quise contar la historia como la contaría un escritor actual, como una autoficción posmoderna, pero también me leí todo Melville, y casi todo Hawthorne, para empaparme del estilo de ambos e intentar reproducirlo; todo ello sabiendo que se trataba de un juego de muñecas rusas con cierta distancia, por eso las notas a pie de página; y con ironía, de ahí el recurso a ese elemento del manuscrito encontrado; y con sentido del humor incluso, porque la pirueta del relato [donde el autor/narrador se encuentra con un hombre cuyo bisabuelo, según asegura, trató tanto a Melville como a Hawthorne] está en que imito a un viejo de Liverpool que imita a Melville que imita a Hawthorne".

"Yo llevé la historia a mi terreno, digamos que procuré ir a la raíz del funcionamiento sentimental y psicológico de los personajes", señala de nuevo Sara Mesa. "Lo que plantea esta historia -continúa-, el abandono, los celos, el descubrimiento de los padres cuando uno se hace mayor, todo eso es perfectamente contemporáneo también; son cuestiones que no tienen época. Por otro lado, a mí siempre me han interesado el tema de las dobles vidas, alguna cosa anterior escribí ya sobre ello, y las mentiras que son consustanciales a todos nosotros, así que había elementos en la historia que conectaban mucho con mi propia literatura".

Del proyecto, a Martín Sánchez le atraía también la oportunidad de profundizar en dos autores que le interesan, "más que por el estilo o por la tradición o por la lengua, porque soy muy afrancesado y para nada anglófilo, por el tipo de personajes". "Tanto Bartleby como Wakefield, por ejemplo, actúan de una manera que puede parecer anodina pero es extraordinaria, incluso estrafalaria. Ambos trabajan con tipos humanos muy modernos por su empecinamiento en ir en contra de la norma, de lo estipulado, de lo que se supone que hay que hacer. En este aspecto me siento no sé si identificado, pero sí apelado por ellos, y se te quedan dentro, son de los que dejan poso".

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