Cultura

El silencio creador

  • En la misma época que 'Platero y yo' Juan Ramón Jiménez compuso un poemario que ahora ve la luz gracias al trabajo de J. A. Expósito Hernández y al apoyo de los herederos del Nobel

De la biblioteca dormida de Juan Ramón Jiménez llega ahora un nuevo inédito, El silencio de oro (Editorial Linteo), gracias al trabajo del profesor J. A. Expósito Hernández y a la buena disposición de los herederos del poeta. De este libro ya conocíamos algunos textos porque el de Moguer los había incluido en Poesías Escogidas y en la Segunda y Tercera antolojías poéticas. Pero quizá no sea el último; de este período todavía permanecen sin publicar libros como Poemas impersonales, Ornato, Poemas agrestes

Juan Ramón tenía una necesidad enfermiza de amor y silencio. Recuérdese cómo conoció a Zenobia cuando le cautivó su risa mientras soñaba silencio en Madrid. Pero este libro es anterior a ese momento; debió de escribirse entre 1911 y 1912, en esos años en los que el poeta, dolido, desenamorado y solo, vuelve a Moguer. Pertenece, pues, a un tiempo difícil que se resuelve con un imponente caudal creativo tras recorrer algunos de los más renombrados sanatorios de Europa y de España sin que desapareciesen sus miedos y excentricidades. Seguramente, por eso vuelve a sus cielos para convertirlos en la claridad de unos versos que parecen surgir de quien huye de un Madrid en el que se quedaron algunos pocos amigos, y a lo mejor el amor casi fraternal de María Lejárraga, la atenta esposa (y la encubierta autora) de muchas de las obras teatrales de su amigo G. Martínez Sierra.

En este reencuentro con su tierra se enfrenta al hombre entristecido y feliz que arrastra consigo: "Lloramos/ para nada, pues nadie nos escucha, /y qué dolor pensarlo (…)". Pero de esa desazón interior emerge un manantial que se irá materializando en versos casi trasparentes que nada tienen que ver con la poesía pura, pero sí con la desnudez y en los que despunta el eco innegable y andalusí de su mirada: "Belleza que yo he visto, / ¡no te borres ya nunca!/ Porque seas eterna, ¡yo quiero ser eterno!". Así, con las influencias precisas, el poeta se irá arropando de una naturaleza en la que encuentra la sintonía para respetar y entender el silencio creador al que aspira. Tienen sus versos un ritmo propio, que a ratos recuerda los que recita en los cantes el pueblo, y que se embadurnan de sencillez, de gloria y de pulcritud. 83 poemas, 36 de ellos inéditos, en los que las atmósferas intimistas se visten de silva arromanzada o rimas asonantes, la cadencia del alejandrino se reserva para los recuerdos de amoríos pasados, y la agilidad del octosílabo tiñe aquellos que fluyen hacia la desnudez y hacia una poesía ligera de equipajes y ajena a galanterías superfluas y banales.

Es este libro una senda de tránsito exquisito hacia la plenitud y la magnificencia poéticas: "Cargado de sueños, con la mano abierta hacia las estrellas, ¡Silencio! para gozarte mejor, me quito la venda del sueño (…)". Pero es también un libro de preguntas que se mantendrán para siempre en la poesía juanramoniana: "¿Por qué, si existe el ansia de lo justo/ no existe la manera de encontrarlo?". Juan Ramón habría entendido ya que el silencio es el principio de todo.

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