Crítica de Ópera

Con pies delicados

Un momento de 'Carmen'.

Un momento de 'Carmen'. / josé martínez

Hay artistas cuyas aparentes facilidad y ligereza despistan a veces a los jueces de estas cosas. En música, por ejemplo, la divina fluidez de Antonio Vivaldi o de Georges Bizet, autores que por igual hacen las delicias de los músicos que los interpretan y del público que los escucha, levanta sospechas entre quienes priman el sufrimiento como ley universal de la creación. Y la verdad es que de todo hay -y debe de haber- en la viña del arte, como demuestra el encanto compositivo de Bizet: esos pasajes de los vientos que provocan un placer casi físico.

Todo el espectáculo que nos brindó el Gran Teatro el viernes fue un disfrute desde la primera nota a la última. La calidad de la obra y la de absolutamente todos sus intérpretes nos tuvieron casi cuatro horas felizmente sentados. Y cautivos. Una vez más, el buen gusto de Francisco López y de Jesús Ruiz (diseño de escenografía y figurines) se pusieron al servicio humilde del drama musical. No hacían falta más alardes de escenografía, ni más músicos en la orquesta, ni más voces en el coro porque sobraba arte por todos lados. Excelencia.

El elenco vocal, liderado por una María José Montiel sublime, estuvo volcado en todo momento en la idea de finura que guiaba toda la producción. Imposible enumerar todo lo bueno que en el aspecto vocal hubo en el escenario. Destacaré, además de los roles protagonistas, la Micaela de Auxiliadora Toledano, las cuerdas femeninas del Coro de Ópera Cajasur y los muy afinados niños de la Escolanía.

En el aspecto escénico, además de lo ya reseñado, no puedo dejar sin mención la coreografía magnífica de Inmaculada Aguilar, cuyas bailarinas, sin caer en los excesos que a veces echan por tierra estas ideas, sumaron emoción a la velada. Con brazos y pies delicados. Sí, no pude dejar de pensar en la frase preciosa de Nietzsche cuando su gusto viró de Wagner a Bizet: "Lo bueno es ligero, todo lo divino camina con pies delicados".

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