música

Sonoros ángeles eléctricos

  • La Fundación Rafael Pérez Estrada edita un libro-disco con poemas del escritor malagueño transformados en canciones en manos de Bunbury, Joseba Irazoki y Esplendor, entre otros

Es bien sabido que el escritor malagueño Rafael Pérez Estrada (1934 - 2000) adoraba a los ángeles. Y es muy probable que los ángeles le adoraran a él. Por eso, no sería de extrañar que el escritor malagueño, que tan honda relación mantuvocon escritores cordobeses como Pablo García Baena, se sintiera altamente complacido al escuchar los siete cortes de La gran gala, el disco-libro que presentó esta semana la fundación consagrada a la memoria del autor y que convierte en canciones otros tantos de sus poemas. La artífice de semejante empresa es Silvia Grijalba, que como directora de la Casa Gerald Brenan hizo lo propio hace sólo unos meses con una selección de versos del hispanista y que ahora, como gestora de la Fundación Rafael Pérez Estrada, ha asentado los cauces (patrocinio privado incluido, además del consabido apoyo municipal) para que el nuevo proyecto se haga realidad. En La gran gala, título extraído de una pieza teatral homónima de Pérez Estrada en el que buena parte del protagonismo recae en una juke-box, participan una mayoría de grupos de rock malagueños y algunos de otras latitudes, pero quien más atención recabará sin remedio es Bunbury: el músico ha compuesto y ha grabado para la ocasión en su estudio de Los Ángeles su adaptación del poema de Pérez Estrada El jugador, lo que garantiza al lanzamiento una proyección jugosa y la posibilidad de colarse en el mercado latinoamericano, donde los fans de Bunbury se cuentan por legiones.

Acompañan al antiguo líder de Héroes del Silencio Joseba Irazoki, guitarrista vinculado a músicos como Nacho Vegas y Duncan Dhu, que pone música a Obeliscos del amor; The Black Lennons, que trasladan su marca spoken word más underground a Zinnias, verbenas, petunias; Tupelo Bound, que se acerca más al fuego de Birthday Party que a la luz de Nick Cave en el espléndido Dejadme dormido, copla de aire lorquiano extraído de Diario de un tiempo difícil; Javier Arnal, quien se pone aún más spoken word para la prosa poética de Sombras, en una creciente atmósfera de secuencias de inspiración acústica; Trío Mudo, que le da a Suceso un acertado aroma descarnado al filo del cuchillo, deudor de cierta tradición punk española; y Esplendor, que cierra el álbum con Los lugares del sueño, una muy amable entrega de pop pegadizo y luminoso que vierte en verso propio un revelador relato breve de Rafael Pérez Estrada sobre una mujer convertida, cual esposa de Lot, en estatua de sal. Tupelo Bound, Trío Mudo y Esplendor presentarán el disco este viernes 13 en la Casa Gerald Brenan (C/ Torremolinos, 56, en Churriana), sede de la Fundación Rafael Pérez Estrada, en un concierto especial.

Sobre la participación de Bunbury, Grijalba explicó ayer que el músico acudió a visitar la Casa Gerald Brenan y allí conoció el proyecto: "Le di algunos libros de Pérez Estrada y se quedó fascinado. Después le conté que queríamos hacer un disco con sus poemas y él, antes de que yo llegara siquiera a insinuarle nada, me preguntó si podía participar. Evidentemente, le dije que sí. Tenía la agenda muy apretada, pero logramos encontrar un hueco, grabó su canción y nos la envió". Grijalba apuntó que sugirió a Bunbury que pusiese música a El jugador "porque me parecía un poema que encajaba mucho con su mundo" (Se jugó el sol a la ruleta, / el cansancio, a la esgrima, / la nostalgia, a los dados, / la tristeza, a los naipes, / y robó la transparente timidez / del rocío. / Cambió su sombra en fichas, / perdió la mañana). Y lo cierto es que, con su sugerencia, Grijalba acertó de pleno: los seguidores de Bunbury encontrarán en los poco más de cuatro minutos del tema una de las más hermosas composiciones de cuantas ha alumbrado el zaragozano en los últimos años.

Isabel Guerrero, batería y voz de Esplendor, admitió ayer en la presentación: "Nos hacía especial ilusión convertir a Rafael Pérez Estrada en un artista pop". Él lo estaba pidiendo a gritos. Los ángeles debían ser, al fin, eléctricos.

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