Crítica de Músicaúsica

Revelación a la guitarra

Álvaro Toscano Román, durante su concierto.

Álvaro Toscano Román, durante su concierto. / josé martínez

Rara vez convergen en un intérprete tan joven, aún en su etapa de formación, tantas y tan extraordinarias cualidades: una técnica admirable, una conmovedora musicalidad y una seguridad y un aplomo sobre el escenario que nos sitúan ante una verdadera personalidad artística. Con estos mimbres se presentó el pasado viernes en el auditorio del Conservatorio Superior el joven guitarrista cordobés Álvaro Toscano, en lo que fue su debut en este espacio, tras ser seleccionado para el Ciclo de Jóvenes Intérpretes que organiza nuestro Conservatorio.

El recital fue una verdadera revelación. No habría espacio suficiente en esta crítica para dar cuenta de todas las excelencias de su concierto así que me detendré solo en algunos aspectos. En primer lugar destacaría la capacidad de Toscano de adentrarse en el estilo de cada repertorio; hasta el sonido de su guitarra parecía diferente, según se tratara, por ejemplo, de la transparencia contrapuntística de Dowland o del romanticismo de las delicadas armonizaciones de Llobet. En segundo lugar me pareció muy interesante el trabajo intelectual que subyace en sus interpretaciones. Se pudo evidenciar en todo el concierto, pero especialmente en su versión de la Sonata III de Ponce. Me explico: esta obra de repertorio supone siempre un reto al intérprete actual por cuanto resulta muy difícil sustraerse al canon de interpretación que estableció el mítico guitarrista Andrés Segovia, destinatario de la obra. Toscano sin embargo consiguió situar su versión en un espacio nuevo, entre la tradición y los nuevos enfoques de interpretación: recogió con gran acierto algunos aspectos segovianos, gestos y digitaciones que, dicho sea de paso, me parecen fundamentales para penetrar en los secretos de la obra, al tiempo que supo añadir un enfoque más moderno al eliminar, por ejemplo, las afectaciones de todo ese mundo hiper-romántico. Resultado de todo ello: una versión muy personal. Por último, no puedo dejar de señalar el sentido trascendente de su virtuosismo. Toscano es un guitarrista con unas capacidades mecánicas admirables -velocidad, claridad, precisión- pero siempre subordinadas al servicio de una idea musical y no un fin en sí mismas (como tantas veces advertimos en jóvenes virtuosos). Este sentido trascendente de la técnica quedó de manifiesto en su interpretación de las Due canzoni lidie de D'Angelo o el Aire Vasco de Manjón, con las que cerró brillantemente su recital. El guitarrista se desdibujaba sobre el escenario hasta desaparecer para convertirse en música: solo música. ¿Se puede esperar algo más elevado de un intérprete? Bravo, Álvaro.

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