Crítica de Cine

Regreso a 'Lepenlandia'

Una escena del filme.

Una escena del filme.

Diez años después de uno de los más sonados éxitos de taquilla del cine francés, aquella Bienvenidos al Norte que hizo humor a costa de los estereotipos regionales y el peculiar e indescifrable acento ch'ti de los lugareños de un pequeño pueblo cerca de la frontera belga, el popular cómico y también director Dany Boon (Nada que declarar, Supercondriaco) ha decidido que era momento de reabrir el melón de la franquicia para recodarle a sus compatriotas que, en el fondo, son más lepenianos de lo que se creen.

Mi familia del Nortecambia de paisaje, estamos ahora en el satirizado París chic del diseño y arte contemporáneo pretenciosos, y convierte a aquel bonachón empleado de correos en un afamado diseñador de muebles que ha renegado de su vergonzante pasado rural para abrazar sin complejos la impostura de la modernidad.

Sobre estos elementos propios de cualquier comedia de Martínez Soria, Boon saca a escena a la vieja familia abandonada, una tropa de catetos irredentos, para jugar a la dialéctica de clases y al eterno conflicto rural vs. urbano (o sencillo vs. sofisticado) entre chascarrillos verbales marca de la casa y algunos gags que intentan homenajear sin demasiado éxito el espíritu de un Tati o un Lewis peleados con los elementos.

Más allá de estos momentos contados o del golpe de efecto de la amnesia como motor de giro de la segunda parte de la trama, Mi familia del Norte explota en sus formas aseadas y planas ese humor que masajea las identificaciones primarias del pueblo llano y conservador y estimula muy poco las del espectador no idiotizado, ingredientes básicos para perpetuar allí y acá el éxito de la mediocridad.

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