De Córdoba el pudor, el recato,
de Málaga, la luz insaciable,
el rumor compañero de las olas,
el sol, el fuego, la pasión rendida.
De Córdoba la niñez y las calles
angostas, timidez del que aprende
a solas soledad.
Pusiste tu mirada en la nostalgia
de un futuro vibrante de aromas y cenizas,
oh fuego que crecía en el vuelo de las horas.
Nunca llegó a secar la sal de Málaga
los labios del deseo:
brilló con sus mil caras, caracolas,
sellado nácar
entre las rocas donde amanecía.
Córdoba,
amantísimo arroyo de tus venas,
surgió siempre en tu boca,
dándote libertad sin aprenderla
por entre el bosque de la vida.
Ay, negra rosa,
nardos de espeso olor,
arena del arroyo, rubia arena
que arrastraron tus dedos.
Porque al fin
fuiste el niño escondido
a la vista de todos.
El niño que creció
en las aceras de la tarde,
entre lilas dormidas.
Cuando el aire te llenaba los ojos
hallaste en la amistad compañía secreta:
eran tiempos sombríos
de murallas y patios interiores.
Tiempos de luz dañada,
versos para saltar
los fuertes y fronteras.
Porque siempre supiste caminar
solitario, llevando
en los bolsillos
las estrellas heridas.
Turbio como el río.
Bajo el puente corriendo
el agua de tus ojos
en la primera juventud primera.
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