Cultura

Nagisa Oshima, crueldades a plena luz del día

"En el roto de una falda de mujer y en el zumbido de una lancha motora, la gente sensible oyó el heraldo de una nueva generación del cine japonés". El que habla así es Nagisa Oshima, y la intención del discurso era la de resaltar la importancia de un filme, Crazed fruit (1956), de Ko Nakahira. Allí veía el director de Cuentos crueles de juventud no sólo la agitación temática -los jóvenes guiados por la pulsión, fuerza que desestabiliza el edificio civilizatorio pero también las hipocresías de una determinada clase- sino también el temblor de la forma que abandonaba la quietud y mesuras clásicas para erizarse por momentos.

Esa conmoción de temas y formas es la que desarrollarían los principales nombres de la nueva ola del cine japonés, Oshima, Shinoda y Yoshida. Al primero sería la Shochiku la que le ofrecería la posibilidad de debutar como director en una viciada coyuntura en la que a la industria le vino bien sacar beneficios del descontento generacional. Oshima, virulento en el alegato contra las fuerzas políticas del Japón de posguerra y amigo de forzar los umbrales de lo mostrable, no tardaría en ser un hombre a censurar antes que a apoyar. De ese primer toma y daca del cineasta y la industria surge buena parte del cine más interesante de Oshima (la cúspide en El ahorcamiento), y entre ellas esta Violencia a pleno sol, permutación de cuatro elementos (dos hombres y dos mujeres) con la que penetrar en la psicología de los géneros en un Japón devenido -ausente el compromiso político, olvidado pronto lo ocurrido- en solar rural o urbano para hombres y mujeres que han igualado amor y odio. Oshima multiplicaba aquí los planos con profusión godardiana, destrozaba el raccord -el distanciamento, por muy dado a la mostración que fuera el nipón, es una de sus señas de identidad, ya quebrando las imágenes, ya desvelando las claves de la representación- y no se cansaba de desencadenar paradojas: al final, es una mujer, el ser sacrificial para clásicos como Mizoguchi o Naruse, la única que queda en pie, fallando por segunda vez su intento de suicidio y viéndose obligada a cargar con el cadáver de la compañera.

El cine de Oshima es de ideas poderosas. Los que preferimos a Imamura, que revoloteó sobre los modernos sin serlo, vemos su filmografía pecadora de eclecticismo formal y de psicologismo. En Violencia a pleno sol hay una secuencia que señala la diferencia: allí donde el amoral Imamura no se hubiera dignado a hacer comentario alguno a la pulsión necrófila, Oshima explica la tortura de la psique. Cuestión de gustos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios