Cultura

Menudos elementos

No quisiera tenerlos por vecinos. Imaginen una gran prole siempre con ganas de fiesta. Intuyan la de noches en vela y siestas de alboroto que deben montarse con cualquier excusa. Tambores, metales, teclados, guitarras, voces… aliados con el insomnio. Una eterna cantinela funky martilleando el día a día. Siempre afinados y dispuestos a dar la tralla. Tal vez exagerada, esa es la impresión que produce ver sobre el escenario a la superbanda que tributa por medio mundo un acalorado homenaje a Earth, Wind & Fire Experiencie. Llevan el ritmo en las venas, se dejan llevar por él, y a la más mínima, transmiten, contagian y hacen valer su poder.

Nostálgicos, melómanos y bailongos en general acudieron a la cita con estos elementos que pasaron por La Axerquía creciéndose ante la adversidad de un sonido traicionero, poniendo en valor todas sus potencialidades y reclamando una respuesta del público que no pasó de ser tibia. Nunca asistí a un concierto de los originales, pero los ecos que la reclaman como respetada banda de funk, de elaborado y detallista sonido, lúcida en la calidad y lucida en lo comercial, precedía la llegada de este incierto clon. No debe ser fácil esto de tributar homenajes, algo por otro lado muy americano, porque las comparaciones siempre son odiosas. La presencia de uno de los miembros originales animaba a esperar un resultado cuando menos fiel a la leyenda. Y no defraudaron.

El concepto de fusión que seminalmente empujó a EWF pervive en este tributo a base de una confluencia de energías de todo tipo, encauzadas con una calidad pasmosa en lo vocal y lo instrumental. Llamaba la atención que la complejidad de los arreglos que salpican abrumadoramente cada pieza del repertorio no requiriera más de una triste partitura que imaginamos pertenecía a un recién llegado trompetista. Tal desenvoltura repercutía con evidencia en frescura, en espontaneidad y a la postre en vivacidad y brillantez. La omnipresente esencia funk fue el común denominador de una velada a la que asomaron convincentes otros ritmos como el jazz, el soul, el pop, la psicodelia, o el rock and roll. La puesta en escena no evitó los tics más populistas a la hora de sincronizar coreografías o jugar con los instrumentos. Tres cantantes, alguno con aires a Priscilla Reina del Desierto, conformaron una batería de voces que bombardearon a los fieles con total precisión. Pero fue sin duda la forma en que capearon el temporal del mal sonido lo que acabó por describirnos la altura de esta formación.

Sin explicación lógica, con un tercio del show ya pasado, algo comenzó a trepitar entre bafles. Parecía un refrito agazapado en algún inalámbrico. Lo cierto es que ya no se fue. Iba y venía a su antojo entre la desesperación de técnicos y el estupor de músicos, que aún así no dejaron de tocar ni un solo instante. Y eso a pesar de que el fallo deslució ostensiblemente algunos momentos del recital que en otras condiciones pasarían por memorables.

El público también estaba estupefacto. Pero no hizo sangre; puso de su parte. Aunque tal vez tales desmanes contribuyeron a que el baile en estado puro no hiciera aparición y tan solo un vaivén a veces avivado y otras justito envolvió a los que bajaron a primera fila. Los elementos (ahora otros) se aliaban contra la grandilocuente apuesta de la banda y sesgaba una cita que en condiciones normales probablemente hubiera dado mucho más de sí. Ni siquiera en los bises, que recogieron los recuerdos más influyentes de EWF hubo sobreactuación entre el público. El horno no estaba para bollos.

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