Historia

Hija de Oriente y ejemplo para Occidente

  • Seix Barral publica la autobiografía de Benazir Bhutto, el emocionante relato de la primera mujer que alcanzó democráticamente la presidencia de un país musulmán

Aunque escritas durante los largos períodos de aislamiento en las cárceles de la dictadura militar del general Zia, estas memorias de la primera mujer dirigente de un país musulmán están llenas de esperanza. Ni la muerte de su padre, el recordado Ali Bhutto, ni la pérdida de sus hermanos, ni el largo encarcelamiento de su marido, enturbiaron su mirada limpia, su compromiso por su pueblo, su espíritu de lucha por la libertad que le condujo al trágico final que todos conocemos.

Benazir Bhutto, descendiente de un antiguo linaje de terratenientes del Sind, no eligió su vida, más bien la vida la eligió a ella. Una mezcla de fidelidad a los ideales familiares y de circunstancias políticas la colocaron al frente de su inmenso país en 1988. No lo esperaba. Después del sufrimiento del exilio y de los padecimientos de los nueve años del régimen de Zia, la joven Benazir parecía estar viviendo su propio sueño.

De ese sueño de justicia y libertad, largamente anhelado por la protagonista, tratan estas páginas. Están escritas con luminosa sencillez porque en estos casos la retórica no tiene nada que añadir a la vida misma cuando se ha vivido con autenticidad y con pasión. El periplo personal se recorta, además, sobre un escenario único, en un momento irrepetible. El despertar de un país que hasta la década de los sesenta había ocupado un lugar marginal en el mundo islámico pero que a partir de entonces va a jugar un papel crucial en el equilibrio de bloques, al mismo tiempo que ejemplificaba la posibilidad real de conciliar tradición y democracia para un pueblo atrasado y empobrecido.

La joven Bhutto aprendió estos ideales en su hogar, beneficiándose de una educación moderna y liberal pero respetuosa de la tradición musulmana que en su casa se vivía con naturalidad, poniendo la enseñanza tolerante del Profeta por delante de las diferencias de rito entre el chiísmo de su madre persa y del sunismo de su padre paquistaní. El respeto mutuo, la justicia social y la dignificación de la mujer... Un código de honor que los relatos familiares de lealtad y orgullo que su padre contaba en las sobremesas dejarían para siempre impreso en su corazón de niña.

Deontología que estará presente tanto en sus años formativos, felices, de Harvard y Oxford, como luego, en la batalla política, dura y desalentadora contra la dictadura que la confinaría bajo vigilancia en la casa de Al Murtaza. Aislada y con la incertidumbre del aciago horizonte de 1979, nacen estas reflexiones sobre el umbral de cambio que se prometía diez años antes, en 1968. Roti, kapra, makan (pan, ropa y casa) había sido el sencillo eslogan de la campaña de su padre que por primera vez se hizo oír en regiones remotas y miserables donde nunca antes había estado un político. Un proyecto reformador, socialista y soberanista que con enormes dificultades logró abrirse camino en una sociedad feudal y bajo la mirada desconfiada de las potencias occidentales.

La joven Benazir, testigo o confidente, según los casos, relata con viveza y admiración la política del gran estadista que fue su padre que ella vivió siendo estudiante de ciencias políticas en Estados Unidos. Elogia, con razón, los méritos de los acuerdos de Sinam, hoy aún vigentes, que pusieron fin al conflicto con la India, evitando que se prolongara el baño de sangre. Y exculpa a su progenitor, con menos razón, de las discutidas elecciones de 1977 que trataron de maquillar el fracaso de la reforma agraria. Los abusos o arbitrariedades que pudieron existir en aquellos últimos años del Gobierno de Ali Bhutto no justifican, en todo caso, el golpe de estado de la cúpula militar que frustró la experiencia del primer Gobierno democrático después de la independencia.

Benazir reprueba justamente la postura de la ONU, que consintió la supervivencia de un régimen ilegal que fue retratado como dictadura benigna, necesaria para mantener la estabilidad en la zona ante la invasión soviética de Afganistán. Olvida, sin embargo, el apoyo interno que la alianza estratégica de los ulemas y la burguesía de los negocios profesó al general Zia que no vaciló en usar el islamismo purista e intransigente para legitimar su dictadura. El resultado fue una herencia de conflictividad étnico-religiosa que todavía estamos pagando.

El Pakistán que encontró Benazir cuando aterrizó en Lahore desde su exilio londinense en 1988 era, en cierto modo, un país distinto. El puritanismo religioso, el control moral de las costumbres y el miedo habían penetrado en amplios ambientes sociales; no lo suficiente, sin embargo, para frenar a las multitudes que no habían olvidado los años de su padre y que rociaron de flores y perlas los caminos por donde transcurría la comitiva, al grito de ¡Bhutto vive!

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