Cultura

Espejito, espejito

  • La profesora María Isabel Borda Crespo publica en el sello Aljibe 'El cuento infantil', una aproximación a la antropología de la imaginación

Entre los lemas que cundieron en el Mayo del 68 francés existe uno singularmente revelador: "La locura procede de los cuentos de hadas". Pero la de aquellos parisinos no fue, ni mucho menos, la única generación que ha reclamado el realismo salvador bajo la sospecha de los desórdenes producidos por la imaginación. Sin embargo, nadie ha podido dar por enterrada la tradición del cuento, entendido como cápsula residual del mito que sigue acudiendo a la fantasía para explicar el mundo. Desde las febriles Historias verdaderas de Luciano, pasando por la lujuria árabe de Las mil y una noches y las fábulas persas de Calila y Dimna hasta el carácter mutante del género en la actualidad, el cuento, en su acepción más fiel al folclórico territorio imaginado (distinta de la mera narración breve, que tan jugoso esplendor disfruta en nuestros días), ha quedado ajustado, por obra y gracia de los hermanos Grimm, Andersen, Perrault y otros letraheridos del romanticismo, a los límites del mundo infantil. Eso sí, en tan concreta categoría ha mantenido el cuento la función que le es propia desde su génesis oral: la de espejo en el que la especie humana puede descubrirse. Por ello, el cuento ha sido objeto de estudio por parte del psicoanálisis (quien quiera traumas, aquí los tiene a raudales) pero también de intrépidos escritores que, como Gianni Rodari, aceptaron estos límites para crear una verdadera expresión artística en el siglo XX. Esta permanencia del cuento infantil como acepción de lo humano es la materia prima con la que la profesora, investigadora y escritora malagueña María Isabel Borda Crespo ha tejido su libro El cuento infantil y otros géneros literarios infantiles y juveniles (Aljibe).

Consagrada durante treinta años a la investigación y la docencia sobre todo lo relativo a la literatura infantil y juvenil como doctora y como profesora en la Faculta de Ciencias de la Educación de Málaga, Borda Crespo presenta en esta obra una mirada con precisión de cirujana a la anatomía interna del cuento, en un órdago que abarca también expresiones colindantes como el libro ilustrado y la novela gráfica. Con Rodari y el antropólogo estructuralista ruso Vladimir Propp como principales guías, la autora indaga en la tradición del cuento alimentada por Perrault, Andersen y los Grimm, pero también Maurice Sendak, Leo Lionni, Paul Rand, Roberto Inocenti y otros referentes últimos para llegar a la médula del asunto, una evidencia que se conserva intacta a pesar del carácter proteico del cuento. Y así lo expresa la profesora: "El cuento resume al ser humano, nos habla de quiénes somos, de lo que queremos y deseamos y también de lo que tememos. Contar o escuchar un cuento puede ayudarnos a encontrar sentido a nuestra realidad y al mismo tiempo nos puede proyectar más allá de la misma al dar forma a nuestros deseos y temores más profundos. El cuento nos abre a la infinita posibilidad de que algo extraordinario pueda ocurrirnos".

En atención a su raíz folclórica, Borda Crespo defiende la naturaleza colectiva del cuento: "El ser humano es un ser social. El cuento claramente nos forja como comunidad. Una persona que cuenta un cuento a otros construye un espacio común donde se comparten deseos, anhelos, miedos y temores. Al compartir todos estos sentimientos nos embarcamos en una aventura que nos pertenece a todos, adentrándonos en el tiempo de lo posible. La palabra compartida gracias a los cuentos posee un valor simbólico y ritual, nos da la posibilidad de proyectarnos más allá de nuestros intereses más individuales y poder ser todos en uno gracias a la palabra". Y reivindica su identificación con una literatura dirigida al público infantil sin prejuicios: "Es importante admitir que la literatura infantil existe como un campo literario especifico. Necesitamos ofrecer a las jóvenes generaciones una literatura infantil de calidad capaz de seducirlos, ayudándolos a situarse en un mundo cambiante y por momentos, incomprensible. Son muchos los escritores, como Carmen Martin Gaite y Fernando Savater, que reconocen que gracias a sus personajes favoritos han encontrado un compañero, un amigo, una manera de vivir su realidad más amablemente o menos solitariamente". El juego sigue consistiendo en lo de siempre: mirarse en el espejo y esperar su dictamen.

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