Crítica de Flamenco

Espectáculo desbordado por el gentío

Imposible trazar el perfil de Lole Montoya sin que aparezca el grato reflejo de la figura del desaparecido Manuel Molina. Fue en pareja cuando se popularizaron con un cante flamenco sui géneris, que antes ella sola no había adoptado. El mismo que exhibió la pasada -y su primera- Noche Blanca, en la plaza de la Corredera, aunque entreverado con más del cante que la identificó y que la elevó a la fama, claro que asumiendo que los años se cobran su fielato, aun denotando su cadente procedencia gitana y más próxima al purismo que los exigentes siempre le agradecieron. No obstante, el gentío de la plaza no dejó de jalearla en la parte de su actuación que presenciamos.

Detrás, El Calli, cantaor cordobés de inequívoco tronco gitano, invitado pintiparado en el cartel Gitanerías por su personal sello en el escenario junto a los suyos, acomodado con aforo tan enorme y que agradó con el repertorio festero que denotaba. Así, tanto con seguiriyas como por alegrías, muchas bulerías y fandangos personales, se recreó para disfrute de los aficionados que le siguieron y celebraron cuanto hubo acometido.

El broche de este encuentro lo puso el gitano del cercano barrio de San Pedro, Manuel Moreno El Pele, siempre colocando el listón en todo lo alto a base de estremecer con su redondo eco y la capacidad de transmisión que los duendes lograron una vez más meter hasta los telúricos abismos de los sentimientos de quienes atendían. Su oficio, ya lo sabemos, le permitió extenderse desde los cantes más llanos a los más canónicos de raíz, pasando por ellos, sin que faltasen los más propicios para desembocar en la fiesta final, paralizando la respiración incluso de aquellos que estando más alejados y menos atentos, desaprovechaban la magia de la velada, que se prolongó hasta más allá de las cuatro de la madrugada.

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