Literatura

Esbozo lírico de un maldito

  • Backlist recupera el temprano ensayo que César González-Ruano dedicó a la figura de Baudelaire, donde se insiste en su faceta bohemia, agónica, maldita

Se reeditan ahora las encendidas páginas que César González-Ruano, un César desmedrado y barroco de 22 años, publicó acerca del gran bardo de la modernidad, Charles Baudelaire, cuando el siglo XX andaba todavía en su primer tercio (1931). Aún no se habían publicado las Iluminaciones de Benjamin o el Baudelaire de Sartre, y tampoco las obras posteriores, muy posteriores, que Félix de Azúa y Mario Campaña dedicaron al poeta de Las flores del mal. Con lo cual, a la enfebrecida prosa de Ruano hay que añadir su avizoramiento, su anticipación, así como el singular enfoque que supo dar a una figura que, unas décadas antes, carecía de la preeminencia y la grandeza que luego se le reconocieron.

Como digo, son Walter Benjamin y Jean-Paul Sartre quienes acuden a estructurar, a elucidar, la gigantesca y desdibujada efigie de Charles Baudelaire. Antes, con el modernismo y las vanguardias, se ha celebrado su vivir agitado, su obra melancólica y oscura, cuanto de azar y de bohemia hubo en sus días. Más no su articulado empeño por cantar lo nuevo, y el magisterio crítico y artístico que ejerció en sus célebres Salones. Así, si la bohemia vindicó al Baudelaire bohemio, son los filósofos de posguerra quienes descubren, quienes amansan y postulan a un Baudelaire de insólito calibre intelectual, teórico de la multitud disforme y agitada, artífice del mito de la ciudad nocturna, así como del héroe anónimo que ha nacido en París, pero también en la otra orilla del océano Atlántico: el flanêur, el espía, el mirón, el paseante ocioso de las urbes, y en definitiva, el detective privado que Edgar Allan Poe ha puesto a caminar en Los crímenes de la calle Morgue. Ruano, más joven y propenso al malditismo, hará de Baudelaire una figura transida por la fatalidad, por la oscuridad, por la tragedia, cuya encarnación no es otra que la humanidad excesiva y cimbreante de Juana Duval, su amante negra.

También Sartre prestará atención a la abultada presencia y el erotismo umbrío de la Duval, pues en ella concurren, no sólo la miseria; también el exotismo, la lealtad, el desamparo, y la feroz hermandad de una amante iletrada con el poeta del spleen, y en suma de la ensoñación y la fuga. "Anywhere out of the world", escribió Baudelaire, siguiendo a Poe. Pero es que Poe llega a las letras europeas de la mano de Baudelaire, a través de las dos biografías, junto con la traducción de su obra, que el francés dedica al desdichado hijo de Boston. Para Doctorow, el mejor Poe es aquél de los cuentos terroríficos. Baudelaire, siempre moderno, ya sabía que lo eminente, que lo insólito en Poe, era ese personaje, mezcla de mirón, filósofo y alguacil que se llamaba Auguste Dupin, y cuyo cerebro hipertrofiado sirve para resolver crímenes, tanto como para escuchar los secretos acordes de la metrópoli. Así, no es extraño que Baudelaire considerara al genio de ultramar como un alma gemela de la suya. Y tampoco que, en cierto modo, se convirtiera en su legatario, su albacea, su protector, exculpándolo de la dipsomanía y del precipitado fin que tuvieron sus días (algo así hará también Baudelaire, sólo que referido a él mismo, en Mi corazón al desnudo y Cohetes).

Sea como fuere, este Baudelaire de González-Ruano nos trae ya la conmoción y el influjo de la obra baudeleriana en la juventud bohemia, más el vínculo sagrado del poeta con la palabra que todavía perdura en Mallarmé. Para Ruano, la Duval fue algo así como el oscuro crisol, el violento reactivo, que abismó a Baudelaire en los asuntos del siglo. Que esos asuntos sean aún los nuestros (la ciudad, la soledad, una vaga e insistente melancolía, el vértigo crepuscular del sexo), no hace más que asecundar el genio del francés y la temprana intuición del madrileño. Dicho de otro modo, si Baudelaire encuentra la modernidad en un mendigo parisino, en el mutismo del opio, en la necesidad del artificio y del viaje, Ruano la supo hallar en la Duval, en su hermosura atroz, en una nueva belleza, asimétrica y vacía, cuyo misterio es el misterio de la esfinge.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios