Cultura

Érase una vez: el cine de Arnaud Desplechin

De todas las ausencias, más o menos dolorosas, que hacen de España un país subdesarrollado en lo que a exhibición cinematográfica se refiere, una de las más inexplicables es la de Arnaud Desplechin, joven cineasta que ya cuenta con un buen número de largometrajes y que, por su temática y entramado formal, debería contar con el beneplácito de esa industria que tanto recela del cine que no cuenta historias y se abisma en posturas minimalistas y/o contemplativas. Pues Desplechin es todo lo contrario que muchos de sus contemporáneos: un contador y hasta acumulador de historias que puebla de ricos y expresivos personajes unos cuentos familiares mecidos por la vida y sorprendidos por la muerte.

Hay en Desplechin mucho de la facilidad francesa, ésa fruición en el roce de registro y teatro que desde Renoir y Vigo iluminó a los modernos, y no creemos desafortunado considerarlo uno de los escasos herederos del François Truffaut que amó a las mujeres y veneró a los caídos. Así, y sólo se trataría de dos ejemplos, no saldrían malas conversaciones del diálogo entre Esther Kahn y El pequeño salvaje o entre Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle) y las aventuras a la sombra de las muchachas en flor del Antoine Doinel adolescente, casadero, casado y separado. En definitiva, de lo que hablamos, más que de rimas más o menos explícitas, es de una afinidad de corte heraclitiana: todo fluye, todo se mueve en este cine, y la mutabilidad sacude a unos personajes que terminan por comprender que el presente es sólo un espejismo, ya que estamos hechos de pasados que proyectamos con mayor o peor fortuna hacia el incierto futuro.

Reyes y reina, que edita Cameo en iniciativa pionera, es, siguiendo la analogía acuática, un filme-río que cruza a dos personajes en paralelo durante casi dos horas y media (Nora e Ismaël, ex-pareja viviendo contrapuestas odiseas; ella acompañando a su padre moribundo y él siendo internado a la fuerza en un hospital psiquiátrico) en una estructura que, aspecto caro al cine del director de La sentinelle, avanza por acumulación de contrarios: si la historia de Nora es a veces dura como una roca y en su seno late el lado culterano de Desplechin (las referencias mitológicas, el eco de Ibsen, los espectros y confesiones de corte bergmaniano), la de Ismaël es una farsa caricaturesca en la que el francés actualiza la herencia física y verborreica del cine cómico llevando al discurso ensimismado del hombre en crisis la eterna disputa de los sexos.

Cine luminoso en todos los sentidos, en el de Desplechin advertimos la mano maestra que hace posible la magia: una voz singular que pronuncia lo ya dicho.

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