Cultura

El Cid no rubrica una gran obra

  • El sevillano cuaja una gran faena al quinto, pero pierde la Puerta Grande por el fallo a espadas y da una vuelta en el otro · Juan Bautista y Talavante, en blanco · Corrida de El Pilar, en conjunto de buen juego

Manuel Jesús El Cid se ha convertido en el torero de Madrid. En Las Ventas le exigen cada vez más. Pero el saltereño se crece en una plaza que entiende su toreo, un toreo pleno y auténtico. Y ayer, en la monumental madrileña, firmó una de esas faenas grandes y categóricas, un faenón como se dice en el argot. Una obra maestra que se cargó con su tizona ¿Cuántas van, Manuel? ¿Cuántas salidas frustradas en Madrid por la dichosa espada?... Porque esa maravillosa faena de ayer ha quedado ahí, como un ramito de toreo fresco y oloroso que ha impregnado la arena de Las Ventas, junto a la calle Alcalá. Faena a la altura de aquella a un toro de Hernández Plá, de un victorino o esa soberbia a un alcurrucén, que también tiró por la borda. Faenas sin premio por la espada, como otras muchas en la etapa de novillero.

El cartel del día del Patrón de Madrid, San Isidro, reunía a tres diestros que salieron a hombros el año pasado en Las Ventas: Juan Bautista, El Cid y Alejandro Talavante. Durante el espectáculo sólo hubo un torero con peso de maestro: El Cid, que tuvo en suerte el mejor lote. Corrida de El Pilar, bien presentada, sin estridencias en volumen y que en conjunto ofreció posibilidades.

La gran faena la realizó al quinto, un colorao, en el tipo y bien armado, que fue ovacionado en el arrastre por su nobleza. Sin ningún muletazo de prueba, El Cid se plantó en los medios y citó de largo. Hubo tres series extraordinarias. La de apertura, rematada con un farol, ligado al de pecho. Otra, descomunal, con cuatro muletazos muy largos, larguísimos y un gran pase de pecho. Y dibujó naturales en otra serie de toreo de verdad con la olla venteña hirviendo. El público, entusiasmado, continuó entregado en otras dos buenas tandas por el pitón derecho ¡Vaya texto! Faltaba la rúbrica, pero esa rúbrica no llegó. En su lugar, tres pinchazos y un descabello. Y un sueño que no se cumplió y vaga por ahí, como las nubes que se alejaban por el cielo madrileño. Cómo estaría el público, que la vuelta al ruedo fue clamorosa.

El Cid estuvo también bien con el segundo, un toro manejable, con el que desplegó valor, serenidad y dominio. Se puso de inmediato en los medios y plantó batalla desde la larga distancia. Con la diestra nacieron tres series con muletazos mandones. Parte del público le recriminó la colocación y llegó a cruzarse lo indecible para un pase de pecho inconmensurable. Con la izquierda, con el toro ya remiso, estuvo entonado. El epílogo fue a más con una tanda rotunda, en la que volvieron a surgir muletazos de buen trazo. Mató de estocada y hubo petición. Dio una más que merecida vuelta al ruedo.

El francés Juan Bautista no convenció. El primer toro derribó sin consecuencias al piquero Jacques Monnier, aunque se cortó la mano derecha al partirse la vara, que saltó al tendido, sin que causase daño alguno. El toro, sin gas, tuvo enfrente a un Juan Bautista desganado y el primer acto quedó en un trámite. Con el cuarto, un gran toro, no pasó de destellos, como una preciosa trincherilla con la zurda. Pero su toreo fundamental no caló en el respetable.

El extremeño Alejandro Talavante, al igual que sucedió en Sevilla, dio una pobre imagen. Con el tercero, sin definir, arriesgó muchísimo en unos estatuarios en los que los pitones le rozaron los muslos. Luego, el torero, abúlico, cortó de inmediato. En el sexto, voluntarioso, faltó limpieza a su labor, por encimismo. Su banderillero, Luis García, salió vivo de milagro de un par en el que el toro le derrotó en el cuello y ya en la arena lo enganchó por detrás, por debajo de la sobaquera, resbalando el pitón izquierdo por el estómago y amenazando el afilado cuchillo el corazón. Fue una imagen muy desagradable, que nos recordó la de la tragedia de José Cubero Yiyo. Era el día de San Isidro, que aunque labrador, se puso torero y echó un capote salvador al banderillero, que fue atendido en la enfermería.

El Cid, que se desesperó durante su desacierto con la espada, fue recompensado con una ovación extraordinaria cuando abandonaba Las Ventas, con el público puesto en pie. A pie se marchó el de Salteras, en lugar de a hombros. Y todo por la rúbrica. Por esa tizona que continúa dándole quebraderos de cabeza a un torero que ayer bordó el toreo en Madrid.

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