El polvorín asiático Las relaciones entre los enemigos históricos vuelven a estar en la cuerda floja

El difícil equilibrio indo-paquistaní

  • Islamabad debe dar pruebas de que se toma en serio la lucha contra el terrorismo pero demasiada presión puede provocar un terremoto político en Pakistán y dar mayor poder a los militares y radicales

El terrorismo no es nuevo en la India. Sin embargo, los ataques sobre Bombay fueron algo distinto. Según unos, por su mayor planificación. Para otros, porque tocaron el corazón financiero de la India, a sus élites y sus extranjeros. En cualquier caso, la denuncia india de que Pakistán está detrás de los atentados vuelve a situar a los dos países vecinos y potencias nucleares en una delicadísima situación. Dos gobiernos democráticos, civiles pero enemigos, con un socio común, EEUU, y un enemigo para ambos, los radicales islámicos, que pueden cobrar fuerza si el enfrentamiento entre ellos llega a más.

Nueva Delhi quiere hechos. Acusa a los servicios de Inteligencia paquistaníes (ISI) de estar tras los atentados de Bombay. Ha dejado la puerta abierta a una acción bélica. Y pide a Islamabad la extradición de 20 sospechosos de terrorismo. Pero sus interlocutores, el presidente Asif Ali Zardari y Gobierno de Yusuf Reza Gilani son débiles y su poder es muy limitado (algo de lo que Delhi es consciente). Por eso el Gobierno indio debe mantener la calma. Como dice la revista The Economist, si los atentados fueron el 11-S indio, como dicen algunos, Nueva Delhi debe aprender de los errores cometidos tras el otro 11 de septiembre y mantener la cabeza fría, porque si comparte intereses con alguien es con el Gobierno democrático y civil de Islamabad.

Según explica a Fax Press el analista de la Fundación Fride Ivan Briscoe, "a más presión india, más fácil es que los militares y otros grupos oscuros -radicales islámicos- tomen el control del país e inicien la agenda bélica" ya que lo único que podría unir al Gobierno y al Ejército sin fisuras es un bombardeo indio de supuestos campos de terroristas, como ya amenazó con hacer tras el atentado contra el Parlamento indio en 2001.

El alto nivel de desconfianza y sospechas que provoca el ISI ha dado a la India el pretexto para mantener una postura agresiva e intenta sacar provecho de la situación. Por eso, añade Briscoe, ha exigido la extradición de 20 sospechosos "que es la lista clásica de islamistas y mafiosos, los mismos de los últimos 10 años" y cuya vinculación directa, si la hay, con los atentados de Bombay será complicada de probar.

La gran incógnita es el margen de maniobra que tiene el Gobierno paquistaní y con cuánto apoyo puede contar del Ejército, donde ya se han dado ciertas divisiones, sobre todo entre los más jóvenes y después de que los militares fueran objetivo islamista en 2007.

En opinión de Briscoe, no es realista pensar que Pakistán vaya a confesar su culpabilidad y desmantelar los vínculos de los servicios secretos con los radicales islámicos, forjados durante mucho tiempo por el ex presidente Pervez Musharraf. Pero sí podría dar los primeros pasos en esa dirección -por ejemplo, mediante alguna extradición- y debe hacerlo cuanto antes ya que un nuevo atentado podría provocar un castigo por parte de Nueva Delhi contra un país con el ya ha librado tres guerras.

La directora de programas educativos de Casa Asia, Eva Borreguero, experta en Pakistán, considera que el Gobierno paquistaní "sí tiene margen de maniobra". No obstante, advierte de que si la presión india crece y Pakistán mueve sus tropas a esa frontera, "la amenaza velada sería entonces para todo el mundo porque dejaría sin cobertura a Afganistán".

Nadie duda del papel de Washington en esta historia. El presidente electo, Barack Obama, ya ha dicho que la India tiene derecho a defenderse y se ha decantado claramente por Delhi, pero no puede prescindir de Pakistán para hacer la guerra contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán. "Es una situación complicada para los estadounidenses, que son los principales mediadores entre los dos enemigo pero Obama tiene que presionar", comenta la analista.

Para unos, como defiende en un artículo Robert Kagan, de la Fundación Carnagie, "la solución pasaría por desplegar una fuerza internacional que colabore con Pakistán en la destrucción de los campos de entrenamiento para terroristas en sus dos frentes, la frontera con Afganistán y la de India -Cachemira.

Sin embargo, a juicio de Briscoe eso sería como exportar una solución fallida, la que se puso en marcha en Afganistán, a un territorio donde los extranjeros serían vistos como ocupantes y crecería el odio de los grupos islamistas hacia los estadounidenses -ya muy grande debido a las muchas bajas civiles de sus operaciones en la frontera afgana-. Por tanto, habría más atentados. Por eso este experto insiste en que la vía es que Washington, Delhi y la comunidad internacional apoyen al Gobierno civil paquistaní y a los militares que están de su lado para poder comenzar a modificar la terrible herencia de Musharraf.

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