Oriente próximo La precariedad marca la vida en los territorios ocupados

Balata, entre héroes y terroristas

  • Mientras Israel considera este campo de refugiados de Cisjordania como uno de los más conflictivos y cuna de milicianos, los palestinos hablan de tierra de mártires

Nablús, una de las ciudades más importantes del territorio palestino en Cisjordania, alberga cuatro campos de refugiados: Balata, Ayr, Askar y Nuevo Askar. Los tres primeros están bajo el control de la ONU, mientras que Nuevo Askar depende de ONG y ayudas particulares.

Balata fue el primer campo de refugiados de Cisjordania a raíz de la creación del Estado de Israel, ya que en 1948 muchos palestinos se refugiaron en Nablús con la esperanza de regresar a sus hogares lo antes posible. Han transcurrido 60 años y tres generaciones de palestinos continúan en Balata. En un kilómetro cuadrado viven 25.000 personas.

Hace frío en Balata y la lluvia priva de la presencia de sus habitantes, que se protegen detrás de los muros de sus casas. Da la impresión de pasear por una ciudad medieval: las calles son estrechas, escasamente miden medio metro, por lo que el acceso de coches es imposible.

Esta peculiar distribución del espacio es producto del pasado, de 1948, cuando miles de palestinos en busca de una tierra donde refugiarse acudieron a Nablús y plantaron, no exentos de dificultades, las tiendas de campaña.

En cada tienda vivía una familia, cuenta Mahmud Subuh, director del centro cultural de campo. En 1960 se permitió a los refugiados cambiar las tiendas de campaña por casas de una habitación; éstas se edificaron siguiendo la estructura que tenía el campo con las tiendas. Por esta razón las calles se asemejan más a las construcciones del medievo que a cualquier edificación del siglo XX.

Un paseo a través de las callejuelas de Balata muestra que los refugiados comenzaron a ampliar sus casas construyendo habitación sobre habitación, porque hablar de pisos sería un eufemismo.

El terreno es el mismo, pero el número de habitantes ha ido en aumento. En 1952 la población ascendía a 5.000 personas; en la actualidad, 25.000. "La vida en un espacio tan reducido crea numerosas dificultades. Estoy hablando de una convivencia donde 13 o 14 personas deben de compartir el mismo techo y esto origina numerosos problemas", asegura Mahmud Subuh, director del centro cultural del campo. De éstos, destaca la falta de privacidad: "Aquí todos saben de todos."

Unos 2.000 niños acuden diariamente a las escuelas del campo. Un maestro tiene como mínimo 50 alumnos por clase. Los jóvenes necesitan ayuda y ésta se la dan en el centro, añade Subuh.

Hay dolencias por las condiciones de vida. Las calles son estrechas, el sol no penetra y esto produce enfermedades relacionadas con la carencia de vitaminas. "Hay personas jóvenes con problemas de vista, ceguera y enfermedades de la piel. Todo ello es producto de la oscuridad", afirma. Además de estos problemas, añade Subuh, están los psicológicos. En la segunda Intifada las tropas israelíes penetraban durante la noche en el campo. Colocaban una carga explosiva en la puerta y luego continuaban avanzando a través de las casas, lo que era más seguro para los soldados que caminar por las calles. "Estas acciones armadas fueron contempladas por niños, quienes veían morir a sus padres y hermanos y sus casas eran destruidas", recuerda. "Por eso, Balata es considerado por los israelíes como uno de los campos más conflictivos y donde se fraguan los futuros terroristas. Si hablamos en términos palestinos, se puede emplear la palabra mártires", relata.

Durante su paseo por el laberinto de pequeñas y silenciosas calles, alguien invita a Subuh a pasar. En una habitación hay un sofá y sobre éste un cartel, enmarcado, de grandes dimensiones donde figuran tres fotos de un joven, rodeadas de dibujos florales y la bandera palestina.

La mujer que lo recibe desvela que el joven que ilustra la fotografía es su hermano, a quien dispararon un cohete cuando viajaba en el coche: héroe para unos, terrorista para otros.

Balata, mientras siga existiendo, es así: hacinamiento, muerte y también vida.

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