Clásica

"En Liszt siempre hay emoción"

  • La pianista barcelonesa Isabel Dombriz debuta discográficamente con un CD para IBS Classical que, partiendo de Liszt, recorre los caminos metafóricos del Infierno y el Paraíso.

La pianista Isabel Dombriz debuta discográficamente en IBS.

La pianista Isabel Dombriz debuta discográficamente en IBS. / Enrique Toribio

Profesora en el Conservatorio de Danza de Madrid, Isabel Dombriz (Barcelona, 1978) vivía tranquila con su trabajo, su piano y su familia hasta que César Fernández, un amigo de la asociación Aeterna Musica que ella misma dirigía, llamó a su conciencia después de uno de sus conciertos para advertirle que era necesario que grabase un disco cuanto antes. "Yo no quería meterme en esos líos. Pero César y Antón Alvar, que era vicepresidente de la asociación, insistieron. Y por otro lado, eran muchos años estudiando en casa, a la sombra. He tenido muy buenos maestros y llegó un momento en que, después de tanto trabajo, pensé que al final mi piano sonaba como yo quería. César y Antón me hicieron una propuesta abierta, que grabara lo que yo quisiera, y empecé a darle a vueltas al repertorio y a ilusionarme, aunque desde el principio tuve claro que grababa por mi satisfacción personal, sin ningún fin concreto. De esto hace ya tres años. El camino hasta la grabación y la publicación final del CD ha sido largo".

-Y el repertorio se organiza en torno a la figura de Liszt. Para empezar una carrera discográfica no está mal.

-Toqué la Fantasía Dante desde pequeña. La monté con 15 años, en un curso del conservatorio, una locura. Necesitaba retomarla de adulta. Y me pareció ideal para un primer disco, en el que debía mostrar todo lo que sabía hacer. Porque esta obra [Après une lectura du Dante: Fantasia quasi Sonata] tiene de todo: hay en ella cuestiones técnicas y musicales que resolver, cuestiones que tienen que ver con el cuidado del sonido, con la ligereza..., todo metido ahí. Así que la Dante tenía que ser el centro del CD. Y a partir de ahí, empecé a darle vueltas al concepto de lo que quería hacer: Dante baja por los infiernos, los escalones, los círculos, los pecados, varias formas de pecar, de acabar en el infierno, y se me ocurrió que eso podía expresarlo no exactamente a través del pecado, sino del dolor, que es algo que tenemos por todas partes en el repertorio del piano. Acababa de tocar el Valle de Obermann, que es una obra de un dolor interior, un desconsuelo, un dolor íntimo, una oscuridad personal, no exteriorizada, es como una forma íntima de quejarse. Y, sin salir de Liszt, pensé que otra forma de dolor, esta más evidente, era Funerales, por lo que significaba el dolor ante la muerte.

-Escoltando esa lisztiana Lectura del Dante en el CD incluye dos obras de compositores actuales. ¿Qué papel juega esa música en el disco?

-Siempre me ha resultado un poco chocante eso de hacer guetos con la música contemporánea. Me parece que en cierto modo es marginar a los compositores actuales. Así que decidí meter compositores vivos en el CD. Y tenía que ser algo que reforzara desde otra perspectiva el tema del dolor. Caí así en el Diabolus in musica de Miguel Bustamante, que no es que sea directamente dolor, pero sí que es otra forma de acercarse a la muerte, una forma más sarcástica, ceremonial si se quiere. Miguel se inspiró en la Diablada carnavalesca de Oruro, su ciudad natal boliviana. Expresivamente era interesante, porque no era la muerte vista desde el luto español, sino de un modo ceremonial, casi de celebración. Técnicamente además no tiene nada que ver con las otras, es mucho más seca, más rítmica, muy agresiva, implacable, no caben en ella las emociones de Liszt. Me puse a estudiar en profundidad la obra y ese tono que tan bien atrapa Miguel llegaba realmente a deprimirme, así que decidí compensarlo con algo más ligero, liviano, que me dejara respirar, que no fuera trascendente; decidí pasar por el Paraíso de Dante. Él llega triste al Paraíso, y allí lo guía Beatriz, que es un amor platónico, idealizado. De igual forma, idealicé mi paraíso y me fui al impresionismo, en busca de esa música que fluye, que no pesa.

-Un impresionismo muy acuático, por otro lado.

-Sí, es verdad. Hay mucha agua. Reflejos en el agua de Debussy es una obra de contemplación, como esas series de cuadros de Monet sobre motivos idénticos en los que sólo cambia la luz. Es un poco así. La barca en el océano de Ravel empieza serena y se mete luego por turbulencias y maremotos para volver a la calma en espera de algo, que no sabemos muy bien qué es, porque la obra nos conduce a un final abierto. Finalmente, Algarabía, que es de Pedro Mariné, el otro compositor vivo del CD, tiene también ese toque impresionista. La obra está inspirada en un poema que habla de la naturaleza. Agua, aire, pájaros... es un paraíso tropical, literalmente hablando. Se trata de una pieza que me da mucha vida, que me sirve para contrastarla con la muerte de antes.

-Además de la simetría en la organización del repertorio dentro del CD, me parece apreciar algo de estructura especular en el trabajo, de obras que se presentan como reflejo de otras, no sé si lo hizo de modo consciente.

-Puede que haya algo de eso, aunque no fue consciente. En el fondo detrás está la idea de que todo este recorrido no es real, sino soñado, puro paseo onírico.

-Sobre Liszt gravita siempre la idea del gran virtuoso. ¿Qué es el virtuosismo para usted?

-Virtuosismo es lograr expresar lo que se quiere. El puro virtuosismo técnico, atlético, no nos lleva a ningún lado. El virtuosismo auténtico es cuando el mensaje se transmite de la mejor manera posible.

-¿Detrás del extremo virtuosismo que exige Liszt hay entonces algo más?

-Liszt requiere muchas horas de esfuerzo, eso es innegable, exige un trabajo escrupuloso. Pero siempre hay algo más en su música. Liszt nos habla. Su música es elocuente. En sus obras no hay pasajes vacíos, en los que no se pueda hacer o decir algo. Siempre hay emoción en él.

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