El 28 de Febrero de 1980 los andaluces fuimos llamados a referéndum para decidir qué camino debía tomar la región a la hora de asumir las competencias cedidas por el estado según la Constitución española, aprobada apenas un par de años antes. La disyuntiva estaba entre escoger la "vía lenta" (art. 146) o la "vía rápida" (art. 151) que el gobierno de la UCD había reservado en principio para las llamadas "comunidades históricas": Galicia, Cataluña y País Vasco. Mientras que los partidos de izquierda apostaron por el atajo del 151, los de derecha veían más conveniente la cesión gradual que se regulaba en el 146. En realidad quienes debían votar no andaban muy sobrados de entendederas para discernir que opción representaría mejor sus intereses (y menos aún tras leer la ininteligible y críptica pregunta de la consulta en la que ni siquiera aparecían las palabras "Andalucía" o "autonomía") . Consciente de ello, la izquierda renunció a toda clase de argumentos razonados y fundamentó su campaña en favor del "sí" en el agravio comparativo que nos hacía el gobierno respecto a catalanes, gallegos y vascos: "Queremos una Andalucía de primera... ¡no somos menos que nadie!". En cambio el gobierno de Adolfo Suárez, para no herir un supuesto sentimiento nacionalista, se decantó por un mensaje de "perfil bajo" y pergeñó aquel ridículo slogan de: "Andalú, ezte no e tu referéndum" que nos recomendaba un pintoresco Lauren Postigo. Aunque hizo falta un estratégico "maquillaje" de los resultados de Jaén y Almería, el "sí" triunfó y pronto Andalucía se convirtió en una "nacionalidad histórica", conoció a su "Padre" y se dispuso a ser la "California de Europa" primero y la "Finlandia del Mediterráneo" después, para finalmente convertirse en la "Andalucía imparable" que, a efectos prácticos, aún no se ha movido de la cola del pelotón de regiones españolas (y europeas) en la que ya estaba aquel lejano 28 de febrero. Ahora son los catalanes quienes exigen un referéndum (por las bravas) en busca de una idealizada independencia. Como entonces ocurrió en Andalucía, los dirigentes nacionalistas catalanes, confiando en las pocas luces de su gente, recurren a los sentimientos y las emociones para que, ignorando la calamidad material en que les sumiría su hipotético desgajamiento de España y el déficit democrático que les acarrearía la abolición de las libertades individuales en aras de la sacrosanta identidad colectiva consustancial a todos los regímenes nacionalistas, avalen la secesión en un referéndum, y que, casi como zombis, secunden el golpe de estado (por ahora incruento) que sus oportunistas dirigentes acaban de perpetrar. Quizás el resto de españoles no viésemos con malos ojos que, por una vez, el PP tuviese coraje para abordar el asunto al modo del dicho taurino, esto es... en corto y por derecho.

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