Cádiz tiene como alcalde a José María González, un militante de Podemos que se hace llamar El Kichi. El personaje parece extraído de las comparsas y chirigotas que tanto predicamento tienen en la vieja Gadir (¡ay si los fenicios levantaran la cabeza!) y tiene toda la pinta de ser lo que en su localidad se conoce por un jeta, esto es, alguien con la suficiente desfachatez y descaro para vivir -muy bien- del cuento.

La demagogia, el populismo y la recuperación de las viejas rencillas guerracivilistas que los españoles tan ejemplarmente habíamos logrado dejar atrás con la Transición, son sus argumentos (en consonancia con los de su formación política) para ocultar lo obvio: su ineptitud e incapacidad para gestionar el municipio cuyo legítimo control obtuvo con los votos de sus simpatizantes y la inestimable ayuda de los votantes socialistas.

Su última salida de tono ha sido oponerse a que una calle de Cádiz lleve el nombre de Miguel Ángel Blanco, el concejal de Ermua de cuyo asesinato a manos de ETA se cumplen ahora veinte años. Su propuesta alternativa consiste en "diluir" el nombre de Miguel Ángel incluyendo en el callejero un genérico menos comprometido : "Víctimas del terrorismo".

Cuando es de lo más común ver rotuladas las calles de nuestros municipios con el nombre del primer pamplinas que alcance una mínima notoriedad en el mundillo de la farándula o de los concursos de la tele, resulta un contradiós que los podemitas gaditanos se opongan a homenajear, siquiera en un callejón, a todo un símbolo nacional: el hombre que dio su vida para que el Estado no se doblegase al chantaje de ETA .

Quizá su afinidad ideológica con los proetarras les impide criticarles en uno de sus más abyectos "trabajos de campo". Sin embargo no deja de ser extraño el hecho de que en los más de veinte años que el PP ha gobernado Cádiz ni a la alcaldesa ni a sus ediles se les hubiese ocurrido honrar con una calle a su joven correligionario y que sea precisamente ahora -que no están- cuando sienten la imperiosa necesidad de hacerlo.

Puede que este afán de reivindicar la memoria de Miguel Ángel sea un intento de hacer olvidar como se actuado contra (¿?) ETA después de su muerte: se legalizó su aparato político; se les hizo entrar en las instituciones; excarcelaron a Bolinaga (el guardián del zulo donde encerraron a Ortega Lara); llenaron la calle de pederastas y violadores al derogar la doctrina Parot con tal de poder soltar a 78 presos etarras y, a modo de guinda, han concedido recientemente permiso de fin de semana al tipo que le puso de rodillas y le descerrajó un tiro en la nuca. La triste realidad nos muestra que los únicos que de verdad lloran a Miguel Ángel son sus familiares.

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