Desde que hace unos 5000 años la especie humana apostó por convivir en sociedades jerarquizadas, el grupo más numeroso de individuos siempre solía encontrarse en la categoría de los esclavos, esto es, gentes que carecían de libertad al estar bajo dominio de otro grupo mucho más reducido pero bastante más poderoso: los amos. No fue hasta la Edad Media cuando en Europa apareció una clase que podría considerarse de transición entre el esclavo y el hombre libre: los siervos de la gleba. Aunque atados a la tierra del señor al que servían, estos campesinos además de gozar del amparo de su patrón tenían cierto derecho de propiedad sobre una parte (pequeña) de los frutos de su trabajo, la posibilidad de constituir una familia y la de poder legar sus modestas posesiones a su descendencia. Hasta la revolución francesa y el nacimiento de los Estados Unidos, no fue posible que la mayoría de los hombres dejaran de estar sometidos a las arbitrariedades de una minoría de congéneres de mejor cuna. En las modernas democracias han desaparecido, en teoría, toda clase de escalones sociales y aunque se supone que todas las personas somos iguales (en obligaciones y derechos) la realidad cotidiana se empeña en presentarnos constantes pruebas de que esto no es así y de que, en cierta forma, nuestras libertades individuales se van restringiendo tanto que pueden acabar convirtiéndonos en unos renovados siervos de la gleba. En abril de 2016 el mundo quedó atónito ante la revelación de los llamados "papeles de Panamá", más de 4 millones de documentos que dejaron al descubierto como jefes de Estado, empresarios, políticos y personajes ilustres de todo el planeta evadían impuestos y/o lavaban dinero a través de paraísos fiscales. La población en general supo entonces de la hipocresía de los miembros más egregios de la comunidad que mientras públicamente se pavonean de su honestidad y altruismo, de forma soterrada se hacen cada vez más ricos burlando la ley y desentendiéndose de sus obligaciones con el resto de la sociedad.

Apenas transcurrido un año de tan desoladora noticia unos nuevos "papeles", en este caso, de " El Paraíso" nos han despejado las pocas dudas que nos quedasen sobre la maldad intrínseca a la condición humana al comprobar como excelsos abanderados de la solidaridad y la misericordia como Bono -el cantante de U2- o el mismísimo Nelson Mandela, ocultaban su dinero negro en las mismas guaridas (Bermudas, Caimán, Gibraltar…) que la reina Isabel de Inglaterra, Apple, Nike o la honorable universidad de Harvard. Si no se pagan impuestos el resultado inmediato es el agotamiento de los estados, menos servicios públicos y más desamparo de los débiles, es decir, el camino más corto para volver a una sociedad estamental. Solo queda por ver cuando a estos potentados de los paraísos fiscales les da por recuperar un viejo privilegio de los señores del Medievo… ¡el derecho de pernada!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios