La primera decisión que tras suceder como rey de Asturias a su tío Alfonso II el Casto (quien, obviamente, no tuvo descendencia), tomó Ramiro I fue negarse a pagar al Emirato de Córdoba el tributo de las cien doncellas (cincuenta nobles y otras tantas plebeyas) que como muestra del sometimiento cristiano al poder musulmán se venían entregando cada año desde tiempos del rey Mauregato. Lógicamente tal iniciativa molestó sobremanera a los árabes que al mando de Abderramán II atacaron a las huestes cristianas de Ramiro en las cercanías de Logroño . Ante el cariz adverso que tomaba el combate el joven rey no tuvo más remedio que retirarse con sus tropas hasta el pequeño pueblo de Clavijo. A Ramiro no llegaba la camisa al cuerpo presintiendo el desastre que aguardaba a su ejército, hasta que en su agitado sueño tuvo una visión en la que el apóstol Santiago vino a anunciarle su presencia en la batalla que se libraría al día siguiente y que pasaría a la posteridad como uno de los más célebres y míticos enfrentamientos de la Reconquista: la Batalla de Clavijo. Sorprendentemente, Alfonso X el Sabio fue capaz, cuatro siglos más tarde, de reproducir en su Primera Crónica General las palabras exactas del Apóstol: "Sepas que Nuestro Señor Jesucristo repartió entre los apóstoles las provincias de la tierra. Y a mí solo me dio España para que la guardase. Rey Ramiro esfuérzate en tu oración y sé bien firme y fuerte en tus hechos que yo soy Santiago. Y ten por verdad que tú vencerás mañana con ayuda de Dios a todos esos moros". Ya en el fragor de la contienda y al grito de "Santiago y cierra, España", Ramiro invocó al espectral Apóstol que, de una forma que dejaría pasmados a los mismísimos guionistas de Juego de Tronos, se materializó al momento en el campo de batalla a lomos de un caballo blanco y blandiendo una espada refulgente con la que iba cortando cabezas a diestro y siniestro. Como es natural, los cristianos vencieron en la batalla y desde entonces a Santiago, patrón de España, se le conoció como Santiago Matamoros, siendo habitual verlo representado en las muchas iglesias que jalonan el Camino de Santiago enarbolando su espada y con unas cuantas cabezas de sarracenos tendidas a los pies de su cabalgadura. Qué opinaría aquél Ramiro (que, a pesar de la tosquedad propia del Medievo, intuyó que necesitaba a un simbólico Santiago para animar a luchar a su gente y así poder contrarrestar tanto el espíritu de guerra santa con que peleaban los musulmanes como el valor adicional que estos obtenían de la promesa de acceso directo al paraíso) si viese que ahora, en similares circunstancias, los referentes morales que nos alientan son... velas, flores y ositos de peluche.

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