No se engañen. Quienes con tanto ahínco piden reformar la Constitución, no buscan más cohesión, más unidad, más igualdad de derechos. Que no le confundan con esa retórica bien formulada, presentando la Reforma como una oportunidad histórica para el progreso. Que nadie piense que los que exigen una Comisión Constitucional, buscan profundizar en la Unidad. Todo lo contrario. Pretenden primar lo particular sobre lo general, la parte sobre el todo, lo mío sobre lo común. Somos reincidentes en ese anhelo autodestructivo. El nacionalismo de las regiones- viejo cáncer ibérico-, es defendido con la fe del converso por diversas opciones políticas como algo moderno, camino a la Arcadia feliz. La metástasis tiene diferentes niveles: los que se quieren ir sin más y los que para quedarse piden ser reconocidos y bendecidos con una nueva soberanía identitaria; pónganle el apellido que gusten: federalismo, más autogobierno o derecho a decidir. Empeñados en echar un paso atrás, machacones con este aldeanismo cateto, con un provincianismo miope, no caemos en la cuenta de que juntos somos mejores y más fuertes. España fue una vez en el mundo una referencia, un horizonte vital de muchos proyectos. Hoy tiene su sitio en el mundo. ¿Pero que serían sus regiones por separado en este mundo globalizado? Caeríamos en la más absoluta irrelevancia, una insignificancia grosera, una mutilación de nuestra propia realidad. Cuando los políticos se pongan a negociar un cambio constitucional, no olviden que una ingente masa de los que quieren fragmentarnos, ya están movilizados. Nos jugamos mucho, no solo en términos económicos, sino de ciudadanía. Al día siguiente de una nueva soberanía, nuestro vecino nos mirará como a un extranjero. Al fin y al cabo, con esta Constitución, más bien que mal, nos hemos sentido como en casa. La casa común.

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