O nueces, almendras, granadas, membrillos, boniatos… Cualquier fruto que nos recuerde a la tradicional fiesta de Todos los Santos o los 'Tosantos', y, por ende, lo que nos ayude un poco a aparcar la novedosa Halloween, o al menos a algunas de las costumbres asociadas que conlleva la celebración de dicha festividad por la juventud: los botellones nocturnos. No tengo nada en contra de esta moderna celebración, una unión de fiestas paganas y cristianas llevadas por los emigrantes irlandeses al Nuevo Mundo y que, evidentemente, ha perdido su matiz religioso para convertirse en esa fiesta de moda desprovista de cualquier credo. Pero el furor de estos últimos años me parece excesivo: colas kilométricas en las tiendas de disfraces, pedidos en internet que casi colapsan las agencias de transportes, riadas de niños con sus familias buscando fiestas y las urbanizaciones enloquecidas por chavales pidiendo caramelos.

Todo ello, empero, no me parecería mal; todo el mundo pueda elegir la forma de divertirse. Lo que sucede es que me temo que el cariz que ha tomado Halloween es una imitación del estilo americano gracias al enorme despliegue comercial y la publicidad engendrada en el cine estadounidense. Las escenas de chavales norteamericanos corriendo por calles disfrazados de demonios, fantasmas y duendes pidiendo caramelos y golosinas en las calles de un solitario y oscuro barrio, ha quedado como modelo de imitación aquí, en Europa. En este dulce y cálido otoño que hemos tenido, las excursiones de antaño con las familias en este tiempo para ir a la sierra a buscar productos otoñales, ha quedado en mi mente como parte de recuerdos de una infancia feliz. Hoy en día podíamos llegar hasta el malagueño Valle del Genal para conocer los maravillosos castañares de la provincia vecina. Y no escribo estas líneas por escribir. Fui testigo la noche del martes del macro botellón que se había organizado en la Alameda Vieja. Los disfraces eran para salir corriendo. Pero lo peor fue el amanecer. ¡Qué vergüenza! Bolsas, vasos, botellas y más restos que no relato cubrían toda la superficie. Los pobres turistas que paseaban por allí pensarían que aquello sería algo parecido al infierno. Y probablemente los 'angelitos' que habían provocado aquello dormirían plácidamente en sus camas ajenos al espectáculo que habían propiciado. ¡Toma castaña!

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