Desde siempre me han atraído las guerras que se afrontan sin batallas. Si rebusco, en ello quizá radique una de las causas por las que finalmente decidí dedicarme a aquello en lo que gasto mi tiempo. Y el ajedrez, como un buen pleito, es uno de los claros exponentes de la absoluta crudeza de un enfrentamiento tan bello como incruento. En "El Jugador de Ajedrez", del director Luis Oliveros, se conjugan, en planos cortos y ambientación acorde con su escaso presupuesto, los sentimientos universales que mueven a la humanidad: el amor, el odio, la codicia, la traición, y quizá, quién sabe, el perdón… Todo ello sobre el fondo gris que supone el tenebroso tiempo de entreguerras del siglo pasado. No me interesa tanto ahora la película -que, por cierto, disfruté mucho en una sala completamente vacía, última sesión, por supuesto, por la que se filtraba de vez en cuando los reverberos radiofónicos de otra batalla fratricida, esta futbolística, entre los equipos de la capital del país-, como señalar que, aunque quizá muchos de ustedes no lo sepan, el compositor de la banda sonora de ese largometraje es un hijo de esta tierra árida y singular. A pesar de mi dureza de oído, con la música suele pasarme como con el vino, que simplemente me entra por el gusto, sin mayores razones, sin más motivación que eso. Y les aseguro que ver cómo la música de Vivas Puig espolea el movimiento a ras de tablero de las fichas del ajedrez, de escaque en escaque, sirviéndose de dos instrumentos tan bellos, a la par que enigmáticos, como el piano y el chelo, puede llegar a encogerle a uno el ánimo.

Desconozco el proceso de creación de una banda sonora. No sé qué nace antes, si lo visual o lo sinfónico, pero lo cierto es que estoy convencido que esta película, de pequeñas hechuras, aunque grandes aspiraciones, no sería igual sin ese envoltorio que trama la música de Vivas Puig. Así, el tema central de la película crece y se expande sobre la lona que acoge la proyección, atrapando las escenas que se van sucediendo una tras otra en una maraña visual y sonora acompasada de forma extraordinaria por un coro de instrumentos. Aunque lo cierto es que yo tiendo a reconocerme más en aquellos temas en que abiertamente manda el piano, en escenas de más intimidad y belleza. Siento decirles que la película ya ha desaparecido de las salas almerienses, barrida por el viento del poniente que nos castiga en mayo.

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