La manada

Y sí, así es, los hombres estamos dotados de capacidades que nos sirven para hacer lo peor y lo mejor, todo al mismo tiempo

Detenido en el umbral de la puerta, de pie, distraído persiguiendo con la mirada la luz que desborda la ventana y se encarama desde el suelo a la cama, para luego saltar a una mesita de noche festoneadas de cristales en la que brillan abandonados unos dijes de bisutería y algunas monedas, me sorprende la figura de mi hijo que, como por arte de ensalmo, aparece repentinamente desde las sombras, antes de que la penumbra desaparezca del todo cuando la persiana se recoge enrollada a fuerza de un motor. Se aprieta fuerte contra el pecho para darme los buenos días mientras que cierra sus brazos en mi cintura. Y en esa postura, rendido por la ternura del saludo, no puedo evitar darme cuenta de la inmensa suerte que tengo, aunque, a la vez, presiento la evidencia de lo sencillo que puede ser que todo se pierda en un solo y fatídico momento.

Mientras lo abrazo, allí anudados los dos, pienso que estas mismas manos que sirven para repartir caricias, también a otros les son útiles para matar de forma animal a una criatura de apenas dos años, a una parte de uno mismo que aún no ha tenido la oportunidad de vivir ni si quiera un poco, sin que ni su cortad edad ni el parentesco le hayan servido de salvoconducto ni trinchera frente a la fiera demoniaca de quien está condenado a los infiernos, si es que este es un castigo posible.

Pienso que, con esta misma voz, con este mismo cuerpo con el que ahora arrullo a mi hijo, otros, organizados en manada, como una jauría de lobos ansiosos, presuntamente, han violentado el cuerpo prematuro de una joven, a todas luces y sean cuales sean las circunstancias que allí ocurrieran, claramente inocente, voceando y difundiendo públicamente lo que está llamado a ser íntimo y reservado, como quien exhibe un trofeo.

Y sí, así es, los hombres estamos dotados de capacidades que nos sirven para hacer lo peor y lo mejor, todo al mismo tiempo, todo formando parte de una misma naturaleza, de una misma sustancia. Y aunque creo que los hombres, por regla general, solemos albergar enormes secretos que nunca alcanzamos a entender del todo, yo me consuelo apretando contra el pecho a mi hijo, deseándole toda la suerte del mundo cuando yo no esté ahí para ayudarle, para que siempre tenga el tino o la suerte necesaria para escoger el lado bueno de las cosas.

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